La idea de crear unos juegos regionales entre países con un denominador común, al haber sido independizados por Simón Bolívar, tomó cuerpo en 1936. Para aquello se reunieron delegados de Panamá, Colombia, Perú, Bolivia, Venezuela y Ecuador; por nuestro país asistió a su conformación Galo Plaza Lasso. La Organización Deportiva Bolivariana (Odebo), ya constituida, consiguió durante los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 el aval para que ese certamen regional en Sudamérica se pueda realizar.

Así se designó a Colombia como sede de los primeros Juegos Bolivarianos, en 1938. A partir de aquello, la mayoría de los deportes en nuestro país comenzaron a buscar representantes que estén a la altura. El tenis no fue la excepción y con la curiosa coincidencia que en esos días el periodismo guayaquileño ya hablaba de una figura escondida que lucía sus habilidades en las canchas del Guayaquil Tenis Club. Se trataba de un humilde pasabola y en la revista Semana Gráfica, del 27 de abril de 1935, el cronista escribió: “He visto coger una raqueta y jugar con singular habilidad a un muchacho de 13 años, que responde según entiendo al nombre de Pancho Segura que es pasabolas del Guayaquil Tenis Club y que se metió hondo en mi espíritu, apenas lo vi. A aquel muchachito pata al suelo, sencillo, corrido, le daba temor que los señores se disgusten si veía que le tomasen fotos”.

Esa publicación fue un detonante. Las reacciones propias de las diferencias sociales de esa época no se hicieron esperar, aunque Segura fue seleccionado del Guayas para el torneo nacional en Quito, se opusieron a que fuera inscrito por el Guayaquil Tenis Club y lo federó LDE, un club popular que lo registró y permitió su participación en su primer campeonato nacional. Y no solo que participó, sino que les ganó a todos, pero para ello debió sufrir marginaciones y persecuciones tales como en la final, cuando le escondieron la raqueta. Por suerte un profesor de ese club le prestó la suya y jugó y vapuleó a su rival, el quiteño Peñaherrera.

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Existe además una publicación del periodista José Navarro, quien hizo notar que cuando viajaban en tren, a la altura de Riobamba, cuando se detuvo en la estación, todos fueron a comer chuletas al hotel, mientras que Segura, marginado, compró una fundita de chifles a un vendedor ambulante.

Luego del certamen de Quito, la selección que nos representaría en la cita bolivariana, la conformaron Francisco Segura, Julio Goetschel, Carlos Peñaherrera, Carlos Ycaza y José Ante. La delegación nacional salió a bordo del buque Presidente Alfaro, llegando el 25 de julio de 1938 a Bogotá, en vista de que el 5 de agosto estaba señalada la realización ceremonia que inauguraba los Juegos.

Los obstáculos no se hicieron esperar, los representantes de Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia, recogen el rumor por un supuesto profesionalismo del ecuatoriano Segura e impugnan su inscripción. La base de la denuncia era que ellos conocían que Segura trabaja en el GTC como pasabolas y encordaba las raquetas y jugaba con los socios, quienes le reconocían dinero por su gestión. Supuestamente eso lo convertía en profesional, pero la tesis de eliminarlo fuera de la cancha no prosperó por la enérgica defensa de los dirigentes ecuatorianos.

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Para la prensa internacional, Venezuela y Colombia eran los favoritos para llevarse la medalla de oro en singles, pero con el correr de los días al presenciar las prácticas del equipo tricolor, pudieron notar que Ecuador tenía un fenómeno escondido, disimulado tras una modesta figura de un criollo capaz de derrotar hasta al favorito, el mejor jugador de Colombia Jorge Combariza.

El periodista enviado por diario El Telégrafo escribía el 4 de agosto de 1938 sobre Segura: “El buen criollo tiene condumio, a fuerza de mamey colorado, de rica conserva de pechiche y de jugo de mango que produce nuestro campo, hace garra en la cancha con su pata de loro y parece que tuviera alas y el don de la ubicuidad. No hay un solo tiro que Francisco Segura no responda con su manera rarísima y especial característica a dos manos”.

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El campeonato arrancó el 9 de agosto en el Club América, ante el tenista local Gastón Moscoso, Segura 6-4, 6-1, 6-4 y la prensa colombiana dijo el sorprendente joven ecuatoriano, es fuerte, veloz y tiene golpes devastadores. El 10 de agosto venció al tenista peruano Carlos Acuña, uno de los favoritos, por 6-2, 6-3, 6-2; el derrotado se mostró grosero y se negó a saludar a Segura y en fotografiarse con él. A esas alturas los otros representantes ecuatorianos habían sido eliminados de los Bolivarianos.

Las semifinales enfrentan a Segura con el boliviano Gastón Zamora, al que supera 6-4, 6-3 y 6-2. Como anécdota de ese día los aficionados que llenaron el estadio se quedaron admirados del estilo a dos manos y sobre todo de que Segura se autoalentaba con el grito “¡Vamos, Anita!”. Luego se supo que Pancho había bautizado así a su raqueta por la admiración que sentía de su compañera de delegación, la bella basquetera porteña Anita Jiménez.

Y para la gran final el 13 de agosto, era ante el crédito colombiano Combariza, a las 11:30, hora señalada para disputar la medalla de oro, el estadio repleto de público. Mientras en Guayaquil, El Telégrafo anunciaba que con su altoparlante retransmitiría el juego tomando las ondas de radio Nueva Granada, y miles de personas se congregaron para llenar las calles aledañas al periódico y así seguir las incidencias del match.

En una jornada magistral, Segura luego de perder el primer set 5-7, pero luego gana 6-4, 6-1, 6-1. El público colombiano se lanzó a la cancha a felicitarlo y el ecuatoriano fue paseado en andas por toda la cancha. Los dirigentes del Club América lo invitaron a su sede para brindar con el más fino champagne.

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La Agencia Associated Press informó al mundo: “Se califica el encuentro entre el joven ecuatoriano Francisco Segura y el experto colombiano Jorge Combariza como el mejor partido que haya presenciado en Bogotá; nunca antes se vio tan imponente jugador de tenis”.

Mientras todo eso pasaba, en Guayaquil la multitud que había colmado la intersección de Boyacá y 10 de Agosto, sufría angustiosa espera en vista de que la radio colombiana había sido interferida por una emisora guatemalteca. El público no se movió hasta las 15:22 cuando llegó el despacho de AP donde anuncian que Segura era el campeón. La algarabía fue inmensa, el Cuerpo de Bomberos hizo sonar su potente sirena y Guayaquil era una fiesta total.

Comentó Leonel Montoya, periodista guayaquileño, que “Segura había recibido algunos desprecios, incluyendo de jugadores de su propio equipo, quienes no quisieron entrenar con él porque era un cholo y descalzo; en la final su rival, el colombiano Combariza, entró al court con un séquito propio de un sultán, representantes de la aristocracia colombiana. Superando esa extracción social, el teñido por el sol, delgaducho y piernas arqueadas le ganó el partido”.

Segura regresó a Ecuador como un grande, como ídolo. Más de 10.000 personas lo fueron a recibir, se emitieron sellos postales de 0,50 centavos en su honor y se inscribió su nombre en una de las calles de la ciudad. Su madre, doña Francisca Cano, dijo: “Pancho, sus amigos y familiares, tomamos un bus desde el barrio Cuba e íbamos golpeando la lata haciendo tremenda bulla cuando partía al torneo. Hoy lo reciben todas las autoridades, presidentes, flores, chicas hermosas, pero mi Pancho humilde solo les sonreía”.

Hace 80 años una medalla de oro en los Juegos Bolivarianos enalteció a los humildes, porque fue un sencillo pasabolas ecuatoriano el que la ganó. (O)