Empiezo a escribir esta columna el viernes 13, un día antes de que se cumplan 54 años de mi vida en el periodismo profesional y un día después de vivir una de las jornadas más emotivas de mi existencia. Aunque no padezco el disturbio psiquiátrico de la vanidad acepté el homenaje del Club Diana Quintana por ser un gesto espontáneo de una entidad que ha hecho de la natación su deporte predilecto y constituir un acto de generosidad no solicitado por este columnista.

Pocas veces he sentido tanto calor humano, tanta energía nacida del corazón del más de un centenar de amigos de Barcelona Astillero, LDE, Fundación Conaviro, Asociación de Nadadores Másters; de exmiembros fundadores del Colegio de Jueces de Natación, de los compañeros de antaño con los que compartí la vieja piscina olímpica, de los nadadores campeones sudamericanos de 1978, del barrio Orellana, de la revista Educación, de la Confraternidad Otón Ampuero Navarro, de los periodistas de antaño y de hoy, del Colegio de Periodistas de Esmeraldas, de la Asociación Colombiana de Ciencias Aplicadas al Deporte y, en general, de amigos de toda la vida. Lo dije la noche del jueves en mi mensaje a Omar Quintana, gestor de este reconocimiento, y a todos los asistentes: “Gracias es una palabra de pocas letras que a veces no parece representar el sentimiento de intensa gratitud que sentimos. Por eso me comprometo a buscar una palabra más significativa. Y si no la encuentro, me comprometo a inventar una nueva”.

Debo escribir los viernes para que mi columna aparezca el domingo. Y ocurre que hoy, precisamente, se juega la final de la Copa del Mundo Rusia 2018 entre los dos mejores equipos del torneo universal: Francia y Croacia. Confieso mis simpatías por Croacia y no es un pronóstico, de cuya emisión soy contrario y de lo que son afectos los “periodistas” nuevaoleros. Croacia nació de la atomización de la península de los Balcanes de la que resultaron siete nuevos países que formaron antes Yugoslavia. Tiene un poco más de 56 mil metros cuadrados de superficie (cuatro veces menos que el Ecuador) y cuatro millones y medio de habitantes (un poco más que Guayaquil). Su camino en los mundiales empezó en 1998 en Francia y ocupó el tercer lugar. Veinte años más tarde es finalista de la cita mundial. Ecuador empezó hace 16 años en la fase final y hoy miramos el torneo por televisión gracias a la “visión ejecutiva” que dice tener el presidente de la FEF y al manejo técnico de un entrenador del montón.

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Francia funciona mejor como equipo. El engranaje de sus líneas es un mecanismo de relojería y rinde como un bien programado robot. Ese es su defecto. Tiene individualidades soberbias, pero sus jugadores parecen tener prohibida la inspiración. Alfredo Di Stéfano (alguien debía presentárselo a los genios tácticos de hoy que más parecen profesores de física o de álgebra) escribió alguna vez en El Gráfico: “Ahora el atleta está por encima de la inspiración. En mis tiempos no había televisión y el fútbol era casi el único deporte. Toda la infancia de cada chico daba vuelta alrededor de la pelota de trapo primero y de la de cuero después. Ahora hay otras posibilidades y el fútbol proporcionalmente se ha estancado en calidad, no en preparación y entusiasmo. Antes había más preciosismo y ahora más pulmones para correr”. Aunque usted ya no es de esta dimensión, tenga cuidado don Alfredo. Nuestros sabios de la estrategia y la táctica, a los que solo se puede intentar entender con un libro de Baldor en una mano y los logaritmos de Vázquez Queipo en la otra, lo calificarán de “lírico”, que en su mínimo léxico de iletrados es sinónimo de idiota.

Croacia es más esfuerzo individual que de equipo y gira alrededor de un crack: Luca Modric. Sobre su rival tiene una ventaja que puede ser indescontable: el carácter guerrero que lucen sus hombres en la cancha y que los ha convertido en favoritos de los que admiramos a los que no se rinden, a los que ponen la pasión y la fuerza del corazón en cada competición. Hay campeones con talento y hay campeones con vigor. Los campeones con talento y con vigor son excepcionales. Aparecen de tarde en tarde y por eso se eternizan. Croacia podría ser uno de ellos y hoy podría empezar a transitar por el ancho camino de la historia, como es el deseo de mis amigos Armando Savinovich y Fernando Franco Uscocovich, orgullosos de su ancestro balcánico.

¿Y nosotros? Gracias al presidente de la FEF y al técnico que erróneamente fue escogido para las eliminatorias estamos viendo el Mundial por televisión. Hombre cercano al ultraje a los demás demostró que servía para cualquier cosa menos que para conducir a un grupo humano.

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Ya la FEF ha hecho un anuncio: le ha ofrecido al Bolillo Gómez un millón y medio de dólares al año para que vuelva al Ecuador. Se llevaría 125 mil dólares al mes, casi veinte veces más que el sueldo del presidente de la República. Y una diferencia más: el presidente Moreno trabaja 365 días al año y el colombiano solo cinco días antes de cada partido. Como son 18 encuentros eliminatorios en 36 meses el inefable Bolillo solo laborará 90 días, pero se llevará 4 millones y medio de dólares. Gómez es un tipo dicharachero, buen bailador de cumbias, sobre todo en los estadios cuando gana, pícaro para ganarse la confianza de los jugadores, dócil a las manipulaciones directivas, obediente y remolón (después de cada partido de la selección se iba a Medellín y se acostaba en una hamaca a esperar el siguiente partido).

Un lector me dijo hace algunos años que Gómez nos había puesto “en la piel del fútbol” y que debíamos agradecérselo. Le contesté que esa labor fue obra de Manuel Seminario Sáenz de Tejada que nos afilió a la FIFA en 1926 y de Alberto Spencer que hizo saber al mundo que en Ecuador había jugadores de calidad universal. Le agregué que no olvidara agradecer a los dirigentes bolivianos y al técnico Jorge Habbeger que en el penúltimo partido para Japón-Corea en La Paz pusieron siete juveniles y así pudimos vencerlo 5 a 1 y llegar al último partido con Uruguay con la clasificación casi en el bolsillo.

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Pudimos buscar a un técnico serio, responsable, trabajador, intelectualmente capaz, pero andamos tras los pasos de quien dejó botada a nuestra selección en Piura en la Copa América 2004; de aquel que admitió que Luis Chiriboga y Vinicio Luna le agregaban diez jugadores en las convocatorias que él hacía desde su hamaca antioqueña.

Él dejó con los churos hechos a Luis Capurro para llevar a Raúl Guerrón al Mundial 2002 “convencido” por Luchito de que lo iban a vender al Milan para reemplazar a Paolo Maldini que se hallaba al borde del retiro. Esto no es un chiste de Mr. Bean. (O)

¿Y nosotros? Gracias al presidente de la FEF y al técnico que erróneamente fue escogido para las eliminatorias estamos viendo el Mundial por televisión.