Empiezo a escribir esta columna el viernes 13, un día antes de que se cumplan 54 años de mi vida en el periodismo profesional y un día después de vivir una de las jornadas más emotivas de mi existencia. Aunque no padezco el disturbio psiquiátrico de la vanidad acepté el homenaje del Club Diana Quintana por ser un gesto espontáneo de una entidad que ha hecho de la natación su deporte predilecto y constituir un acto de generosidad no solicitado por este columnista.