Por Alfredo Relaño, director del diario AS, de Madrid

La IFFHS (Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, por sus siglas en inglés) célebre por sus decisiones polémicas, anunció el martes anterior el nombramiento del argentino Diego Cholo Simeone como mejor entrenador de 2016. Decisión que será muy discutida, claro. Si ya resulta polémico decir si es mejor Cristiano Ronaldo o Lionel Messi, que juegan con el mismo balón, tanto más difícil es comparar técnicos, que juegan con distintas plantillas, distintos presidentes y distintos objetivos.

Simeone ha sido premiado, además, en un año que terminó sin título, por delante de Luis Enrique (sexto en esa clasificación), que ganó Copa, Liga y Supercopa española, y de Zinedine Zidane (segundo), nuevo en esta plaza, que ganó la Champions, Supercopa europea y Mundial de Clubes.

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Claro, que Simeone jugaba con peores cartas, dicho sin ánimo de hacer de menos a su plantilla. No sé si el parámetro manejado por la IFFHS contempla al detalle, hasta lo convincente, esa variable. Por mi parte, no veo que este haya sido el año de Simeone, que en la Champions se bloqueó cuando el Atlético de Madrid se derrumbaba, no agotó cambios (era un clamor la conveniencia de meter a Correa) y pareció fiarlo todo a manías y cábalas que desconcertaron a sus jugadores. Luego flaqueó, insinuó su salida. Hay síntomas en los últimos meses del año de que se está resquebrajando su liderazgo. Y los resultados no son los mismos.

Los mayores méritos hay que buscarlos más atrás. En cinco años, Simeone ha transformado al Atlético, que había incluso perdido su lugar natural de tercero de España, en miembro de pleno derecho del club exclusivo de los ‘top de Europa’.

Ha sido una gran tarea, pero este premio llega cuando hay síntomas de agotamiento. Menos dudas ofrece el premio al mejor seleccionador, Fernando Santos, que con su mensaje, su autoridad y su método, elevó a Portugal por encima de su historia, al nivel de campeona de la Eurocopa. Con un fútbol egoísta y sin riesgo, es verdad, pero excusable en quien realmente tiene menos cartas que otros. (O)