Fue una pésima sorpresa: Johan Cruyff ha muerto con 68 años. La noticia de su enfermedad era conocida, pero no se esperaba un desenlace tan rápido. No me atrevo a decir que brusco, eso lo sabrán quienes controlaban su enfermedad. Aunque deja mucho para el fútbol, como jugador primero (uno de los grandes), y como entrenador después (otro de los grandes, quizá el único en ser grande en las dos tareas), su edad permitía esperar de él más lecciones.

No ha podido ser. Ahora que se va recuerdo algunas charlas con él, pero sobre todo aquel comercial: “El fútbol me dio la vida, el tabaco casi me la quita”.

La primera vez que se supo en España de él fue cuando nuestra selección se enfrentó a un equipo llamado Ajax, que entonces solo sonaba a tambor de jabón para lavadoras. Fue en Santiago de Compostela, en vísperas del Mundial 1966. España era campeona de la Eurocopa. El baño que nos dio aquel equipo holandés destruyó nuestra seguridad y lo acusamos en el Mundial. Entonces nadie sabía lo que se estaba incubando en Holanda, en torno a ese equipo y a ese muchacho. A los pocos meses jugaron en Copa de Europa frente al llamado Madrid ye-yé, que salvó la eliminatoria con gol-milagro de Veloso en la prórroga.

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En el eje de todo eso estaba Cruyff, un adolescente imberbe al que obedecía el balón y que tenía, sobre todo, el don de la adivinación. El don de todo gran jugador. Se anticipaba a la reacción del rival, en un raro bucle temporal. Cuando el defensa reaccionaba, él se había esfumado. Ganaba a todos por un cuarto de segundo. Así hizo crecer en torno a su figura al fútbol holandés. Ganó tres Copas de Europa para el Ajax y fichó por el Barcelona por $ 1 millón. En su primera visita al Santiago Bernabéu, el nuevo Barça de Cruyff ganó 0-5. Su nuevo club volvió a ganar la Liga, tras catorce años...

Aquel estupendo jugador ganó tres Balones de Oro, fue el primero en conseguir tal cosa. Para nostalgia de algunos, entre los que me cuento, algo se aflojó en su interior tras aquella liga (1973-1974) con el Barça. Se nos hizo cómodo. Jugó en el Barcelona cuatro años más, sin tanto provecho. Con el tiempo supe que un mal socio enredó sus inversiones y quizá fuera eso lo que le descarriló. Se fue a Estados Unidos, regresó a Holanda, donde aún nos dejó la perla de ese penal que ahora repitió Lionel Messi. Volvió aquí para dejarnos aquel el feo año en el Levante, una gran ilusión que acabó en mal sueño.

Pero si algo nos dejó a deber como jugador nos lo devolvió largamente como DT. Cuando Josep Lluís Núñez (expresidente del Barça) tuvo la feliz idea de contratarlo, acometió una tarea de máximo atrevimiento y extrema lucidez: hizo un equipo fiado al dominio de la pelota y de los espacios, atacante, intimidador desde la solvencia de su juego. Un fútbol de seda, un concierto de violines que desafiaba los principios pedestres en los que se creía en la época. Así ganó cuatro campeonatos de liga consecutivos, así ganó por primera vez para el Barça la Copa de Europa (1992). Así sacudió del Barça el pesimismo y el victimismo de tantos años.

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Aquello se llamó el Dream Team y confrontó la calidad de este equipo con la de la selección de básquet de EE.UU., campeona en los JJ.OO. 1992. Más que como jugador, Cruyff dejó una impronta en el Barcelona. Y por derivación en nuestro fútbol, por su apuesta por el fútbol bien hecho, el juego hacia adelante. Hasta entonces, cada diez años algún gran entrenador había quitado jugadores de ataque para sumarlos a la defensa. Cruyff hizo lo contrario: quitó jugadores a la defensa para sumarlos al ataque. Funcionó. Lo copiaron otros y sigue funcionando. Eso le debemos. Gracias, Flaco. (O)

Cruyff se anticipaba a la reacción del rival. Cuando el defensa reaccionaba, él se había esfumado. Ganaba a todos por un cuarto de segundo. Así hizo crecer en torno a su figura al fútbol holandés.