No cabe duda de que si no construimos un mundo mejor para todos sin distinción, que cancele las groseras injusticias y las afrentosas desigualdades, los gobiernos y los pueblos están condenados a colapsar, más temprano que tarde. En esta línea, ¿es el capitalismo –a ratos moribundo, a ratos triunfante– el ideal que deben alcanzar las naciones? Ciertamente, no. ¿Es el socialismo la meta de los países? Tal como lo hemos conocido, ciertamente, no. Debido a esta encrucijada, el intelectual pakistaní-británico Tariq Ali replantea, en La idea del comunismo (Madrid, Alianza, 2012), la búsqueda de un futuro basado principalmente en los intereses de las personas.
“En estos días el capitalismo parece más una enfermedad nerviosa que un sistema triunfal y seguro de sí mismo”, afirma Ali, que lleva varias décadas discutiendo las posturas de una nueva izquierda. Y he aquí el dilema: “Marx y Engels no dejaron un plano detallado de cómo debería ser una sociedad socialista o comunista”. ¿Cómo, entonces, comprender la dictadura del proletariado? ¿Qué podía ser esa entelequia que definió el destino de millones en los siglos XIX y XX? ¿Qué podría ser ahora? Marx imaginó el socialismo en la abundancia económica, justamente para redistribuirla. Al darse la revolución en los países más atrasados, surgió un problema teórico y práctico de compleja resolución.
No como los malos imitadores que los sucedieron, Marx y Engels siempre pensaron que su obra estaba expuesta a errores y equivocaciones. El trabajo crítico en ellos es consistente. Marx no concibe el pensamiento sin un autoanálisis abierto y despiadado. Por eso, reprimir ideas, provocar censuras, negar las libertades civiles a los ciudadanos o monopolizar los medios de comunicación está fuera de la senda que ellos recorrieron. Incluso Lenin, ya agonizante, se preocupó del peligro que significaba abolir los partidos de la oposición. Bajo esta comprensión, las revoluciones ciudadana y bolivariana se ubican cerca de Stalin.
Según Ali, terminaron haciendo la revolución rusa “los farsantes burócratas del proceso revolucionario”. Es imprescindible detener pronto lo dictatorial en los proyectos de cambio, pues, “para estabilizar su régimen, Stalin asesinaría a más comunistas y socialistas que su predecesor absolutista, el zar… La legitimidad del stalinismo se asentaba en los cadáveres de los viejos bolcheviques… El stalinismo se convirtió en sinónimo de dictadura burocrática y su impacto insensibilizador provocó gradualmente la instauración de un férreo monopolio informativo, político, cultural, teórico, ideológico, económico y científico”. Si antes eso no fue revolución, ¿por qué lo sería ahora?
Vistos desde la perspectiva del presente, ¿eran esenciales o pudieron evitarse los horrores en que cayeron las revoluciones? ¿Es el autoritarismo del presidente Rafael Correa –que cada vez más va creando un indudable correísmo– la única opción para construir un país mejor? Ali propone, para el socialismo del siglo XXI, “un sistema que abogue y practique el socialismo y la democracia (pluralismo político, libertad de expresión, acceso a los medios de comunicación, derecho a sindicarse, libertad cultural)”. Y clama por evitar el “modelo político maligno” de un solo partido y el monopolio de la información. Aunque sabe muy bien que “mientras exista el capitalismo, la idea de comunismo no desaparecerá”.