LONDRES
Decía Frédéric Bastiat en su panfleto Lo que se ve y lo que no se ve (1850) que “en la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es solo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven”. Esto quiere decir que los errores económicos más comunes provienen de poner atención solamente en los efectos que una decisión tiene a corto plazo. Estos deslices deben pagarse tarde o temprano para evitar poner en riesgo la economía en el largo plazo.
Tomemos como ejemplo el aeropuerto de Santa Rosa. El Gobierno proporcionó trabajo temporal a cierta clase de trabajadores: esto es lo que se ve. Si esta obra no se hubiese llevado a cabo, el personal contratado no habría contado con ese salario. Pero ¿de dónde proviene ese salario? Para ello, el Gobierno debió organizar tanto el ingreso como el gasto, es decir, recaudar dinero de los contribuyentes. Que el contribuyente intervenga en obras que el Gobierno decide convenientes, como explica Bastiat, “es una imposibilidad que muestra un poco de trabajo estimulado, que se ve, y oculta mucho trabajo enajenado, que no se ve.”
Lo que se ve es el aeropuerto; lo que no se ve es que el dinero que se utilizó para construirlo dejó de ser utilizado por el mercado en otra obra que tal vez hubiese sido más útil y que hubiera provisto de trabajo –estable y no temporal– al personal contratado. El resultado es una economía que, en lugar de tener ese dinero invertido en infraestructura eficiente, tiene obras cuya funcionalidad es cuestionable. De hecho, luego de tres años de su inauguración, en el aeropuerto de Santa Rosa opera solamente una aerolínea con dos vuelos diarios, por lo que no se justifica su costo de construcción de más de 53 millones de dólares. Construir para crear empleo –y no necesariamente riqueza– está entre los errores más comunes de ignorar el largo plazo.
Ahora tomemos el ejemplo del acuerdo crediticio con China para la construcción de aeropuertos, entre otras obras que se ven. Como el dinero del contribuyente no fue suficiente, el Gobierno tuvo que endeudarse. El problema es que con nuestra economía petrolizada, estos préstamos no son otra cosa que una hipoteca del crudo a largo plazo. Así, vendemos petróleo con preferencia a China para garantizar los préstamos que nos otorga. Según Jaime Carrera, secretario del Observatorio de la Política Fiscal, esto hace que dejemos de obtener mejores precios por el petróleo, que debamos pagar altas tasas de interés (a diferencia de países vecinos) y que perdamos la oportunidad de licitar obras de infraestructura con empresas internacionales que busquen invertir en el país. Esto es lo que no se ve.
Sería un ejercicio interesante que cuando se inaugure una obra pública nos detengamos a analizar también lo que no se ve.