La sabiduría popular es maravillosa. La famosa frase de que “nada es eterno” no puede ser más cierta. Todo en esta vida, incluyendo la vida misma, tiene un principio y un fin. Por eso dicen los ancianos, que el que no entendió lo efímero de su existencia, termina estrellándose contra su destino.

Y como una cosa lleva a la otra, vienen a mi mente otra frase más, que completa la idea de la anterior: “Si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes”.

Haga usted planes para el próximo año, mes o semana; y, luego siéntese a observar cómo las circunstancias lo obligan a cambiar todo lo que tenía organizado. La muerte de un familiar, un mal negocio, la falta de dinero, un repentino cambio de clima son, entre otras razones, las culpables de que las cosas no salgan como esperamos.

La mala salud, como siempre, encabeza la lista de impedimentos. Por eso el brindis clásico de cuando éramos chicos rezaba textual: “salud, dinero y amor”. Sin la primera ya ni pida las demás porque no sirven para nada.

Por eso me impacta tanto el ver las noticias de estos días, en que con mucho pesar nos hemos enterado de la mala salud del presidente venezolano. No puede uno sino sentir pena cada vez que un ser humano se encuentra en estado de necesidad o desgracia. Específicamente pena por Hugo Chávez que no obstante haber arengado masas, no ha podido luchar contra un cáncer que mata a millones de personas, en todo el mundo cada año. Pena por quienes no entendieron lo efímero de su poder, de su paso por el planeta. Pena por los que creyeron que cambiaban la Constitución para bloquear a la oposición, y terminaron bloqueando a su propio sucesor. Pena por los que trabajan a su lado y, sin embargo, no han podido aprender de su líder cómo manejar al pueblo (¿Se podrá aprender o heredar la condición de líder? Eso dejémoslo para otro artículo).

Imposibilitado por sus propias reformas, de entregarle el poder a quien él elija, ahora tenemos a un Chávez que ruega a la gente que vote en las próximas elecciones por su delfín: un joven Nicolás Maduro, de quien dicen los expertos es más radical que el mismísimo Chávez; y, sin embargo, pese a haber pasado por todas las funciones y ministerios, no logra conectar con el alma del pueblo, que es en esencia, la única razón que ha mantenido a Hugo Chávez en el poder por tantos años.

Mientras tanto, con un jefe ausente, cobran más auge las dudas de la oposición, sobre quién es el que realmente gobierna en Venezuela, ante la mirada cómplice de un presidente que hace creer que da órdenes desde Cuba.

A estas alturas, ya el presidente venezolano ha escrito su nombre en las páginas de la historia mundial. Los calificativos para su nombre lo escribirán las futuras generaciones de venezolanos, y de los países que hemos recibido la influencia de su ideología socialista del siglo XXI.

Mientras tanto, no queda más que lamentarnos por el ser humano y su familia; y por todo un pueblo llevado al extremo de la desorientación por la ambición de quienes no recordaron que la sabiduría popular hay que respetarla.