Dos acontecimientos invitan a reconocer la importancia de la mujer en la sociedad civil y eclesiástica:

-La evangelización, tema de estudio del reciente sínodo. La mujer tiene una tarea tan callada como eficaz en la evangelización y catequesis.

- La Beatificación en Macas de la misionera de los shuar, la salesiana María Troncatti.

Me guío en la redacción de este artículo por la entrevista de Darío Mayor a la señora Lucetta Scaraffia, profesora en la Universidad La Sapienza de Roma, responsable del suplemento mensual femenino de L’Osservatore Romano, diario de la Santa Sede.

La presencia numérica de la mujer en la Iglesia es mayor que la de los varones. Son las servidoras más vivas y cercanas del encuentro personal con Cristo. Las catequistas en su grande mayoría son mujeres. El actual rostro del Buen Samaritano es casi todo femenino. La Iglesia, sin la presencia activa de las mujeres, sería fría, poco acogedora.

Según algunos, especialmente en el mundo anglosajón, excluir a la mujer del sacerdocio ministerial es negarle una dignidad igual a la del varón. La vivencia de la fe, entregada (tradición) desde la primera generación cristiana a las siguientes, fundamenta la exclusión de la mujer del sacerdocio ministerial.

Juan Pablo II asumió esta tradición como norma con tanta solemnidad que la puso casi en el nivel de los pocos dogmas.

Lucetta, desde su experiencia, afirma que la igual dignidad no exige el sacerdocio ministerial de la mujer; que esta se mide por el reconocimiento a la mujer de una mayor participación en tareas de gobierno; en esas tareas que pueden ser ejercitadas por bautizados sin ordenación sacerdotal.

Hay dos dificultades concretas para la inclusión de la mujer en el ejercicio de autoridad en la Iglesia. Una, la tradición que une la autoridad con el sacramento del orden sacerdotal.

La otra dificultad tiene que ver con la psicología y con la posición actual de los varones en la Iglesia. Esta dificultad terrena influye concretamente más.

Afirma Lucetta, “En el Vaticano trabajan muchas mujeres, pero en puestos de poca responsabilidad. Los cambios harían ver que la igualdad entre varón y mujer, afirmada por el cristianismo, es posible. Si se llegase a ello, desaparecería el problema del sacerdocio femenino”.

Lucetta afirma: “Las mujeres tienen una manera de escuchar y ayudar, un acercamiento continuo, que es, de hecho, una forma de presentar a Cristo”.

Bautismo, Eucaristía, Confirmación y otros sacramentos son encuentro con Cristo, que debe ser preparado por la evangelización y catequesis; tareas en las que la mujer es más cercana.

En Ecuador hace 40 años la mujer ingresó tímidamente en la Curia y en equipos parroquiales. La experiencia de 40 años de servicio episcopal me permite afirmar que la Iglesia católica es más cercana al pueblo, más evangelizadora, más al día, más ajena al poder, más gratuita; y los párrocos más sacerdotes, con la participación de la religiosa, como hermana... Actualmente en seminarios, como en el de Portoviejo, mujeres, especialmente religiosas, integran normalmente el cuerpo de formación de los futuros sacerdotes, como Lucetta sugiere.