La selección de candidato vicepresidencial tiene tanto de pragmatismo como de simbolismo. Lo pragmático se expresa fundamentalmente en el objetivo de sumar votos o, por lo menos, de no restar los que ya se tiene, así como en dar cabida a los compañeros de aventura. Lo simbólico consiste en enviar un mensaje específico a los electores, ya sea de inclusión (étnica, de género, regional) o de ubicación política. El balance entre ambos aspectos es decisivo para el resultado final. No se puede descuidar el uno por privilegiar el otro, como bien lo saben en estos últimos días de inscripciones los estrategas de las organizaciones políticas.
Algunas de esas organizaciones optarán por la vieja fórmula de conformar el binomio con una persona de la Costa y otra de la Sierra. El fin simbólico es proyectar una imagen de unidad nacional. El objetivo pragmático es recoger el mayor número posible de votos en cada una de las regiones. La historia electoral nacional les da la razón, ya que todos los binomios elegidos desde 1979 estuvieron conformados de esa manera. Cinco duplas fueron costeño-serrano y cuatro serrano-costeño (aunque uno de los presidentes serranos nació en la Amazonía). A las escasas candidaturas que no siguieron ese libreto no les fue bien, como puede dar fe el dúo Duarte-Minuche que no pudo beneficiarse de la buena racha por la que atravesaba CFP. El único que no seguirá esa línea en esta contienda será Álvaro Noboa, que por segunda vez ha preferido buscar su candidata a vicepresidente casa adentro (literal y no figuradamente).
A diferencia de otras ocasiones, en esta parece que se impondrá la equidad de género en la conformación del binomio. Es probable que la mayoría de las candidaturas, con una o dos excepciones, estén constituidas por un hombre y una mujer (en ese orden). Con ello, simbólicamente se busca enviar un mensaje de inclusión en un aspecto altamente sensible tanto en lo político como en lo cotidiano. Pragmáticamente, muchas de esas agrupaciones buscarán alzarse con buena parte de los votos de esa mitad del electorado que está constituido por las mujeres. Sin embargo, las cifras no confirman la eficacia de esa estrategia. De nueve candidaturas conformadas de esa manera (cinco por hombre-mujer y cuatro por mujer-hombre), solamente una llegó a la Presidencia en los últimos treinta y tres años. Ciertamente, la tendencia puede cambiar, pero lo que queda claro es que hasta ahora ese no ha sido un factor determinante para el triunfo.
Otra especificidad de esta contienda será la inclusión de minorías étnicas en la papeleta. Indígenas y afroecuatorianos tendrán un espacio, fundamentalmente en el rango vicepresidencial. En estos casos la decisión es más simbólica que pragmática debido al escaso peso de la población de cada uno de esos grupos y a que tampoco la historia la apuntala como una estrategia ganadora.
Solo una candidatura no tiene que preocuparse de lograr esos equilibrios. Su líder encarna todas las identidades posibles y es el que pone todos los votos. Cualquier compañero de fórmula será un adorno.