“Viva la Patria!... Al amanecer el día 9, brilló para nosotros la aurora de la libertad...”. Parte del texto enviado al Comandante de la escuadra chilena, por el Jefe Supremo de Guayaquil, José Joaquín de Olmedo, en su primer día de Independencia, el 9 de octubre de 1820.
Un largo proceso iniciado en 1534 por el conquistador Diego de Almagro, en Liribamba (actual Riobamba), permitió inicialmente fundar Santiago de Quito (Guayaquil) y San Francisco de Quito. Esta fundación se efectuó prácticamente sobre las cenizas del hermoso y fructífero valle, que el gran guerrero nativo Rumiñahui destruyó y quemó para que el conquistador español no pudiera hacer uso de sus beneficios agrícolas.
Años más tarde, después de muchos combates y refundaciones se daría origen a la definitiva “muy noble y muy leal” ciudad de Santiago de Guayaquil. Esto sucedió el día del Apóstol Santiago, el 25 de julio de 1547 a las orillas del río Guayas en el sector Las Peñas en el Cerrito Verde, cuyo nombre actual, cerro Santa Ana –madre de la Santísima Virgen María, según la creencia católica– se lo debemos a la leyenda que hace referencia a un español buscador de tesoros, que se encomendó a esta santa para salvar su vida de los indios que lo perseguían.
Habrían de transcurrir más de 200 años, desde aquella fundación realista, para que el 2 de marzo de 1770, nacieran en Santiago de Guayaquil, José María Antepara y, unos años después, en esa misma ciudad, en marzo de 1780, José Joaquín de Olmedo. También, con pocos años de diferencia, en junio de 1788, en Nueva Orleans, capital de Luisiana, perteneciente aún al imperio francés, nacía José María de Villamil. Estos tres ‘José’, junto a otros patriotas que sería largo de enumerar, fraguarían más tarde –el 9 de octubre de 1820– la independencia de la Ciudad Libre de Guayaquil.
Los acontecimientos se inician cuando José María Antepara, dedicado al comercio, viaja en 1809 a Londres, donde tiene la fortuna de conocer al general venezolano Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, con quien logra estrechar una gran amistad ingresando también a la Logia Lautaro, fundada así por Miranda en honor al caudillo araucano (de Chile), que combatió tenaz y hábilmente a los conquistadores españoles.
Pero esta amistad fue más allá. Con la ayuda de varios compatriotas, Antepara logró publicar en Londres un periódico denominado El Colombiano y también un volumen sobre los 25 años de lucha del general Francisco de Miranda para conseguir la independencia de Venezuela, titulado La Emancipación de Sudamérica.
En 1810, Venezuela, al mando del general Simón Bolívar, inicia un proceso independentista, que logra traer de regreso a Miranda junto a su amigo guayaquileño Antepara. Este último se hace cargo del archivo personal del precursor, quien en el año 1812 asumiría la presidencia de Venezuela. Lamentablemente, en julio de ese mismo año, ante la derrota de Simón Bolívar por parte de las fuerzas realistas, Miranda es apresado y encarcelado. Sin embargo, Antepara, junto con salvar el archivo mencionado, logra burlar la persecución realista, regresando en 1814 a Guayaquil.
Por su parte, el guayaquileño José Joaquín Olmedo, después de haber estudiado en Quito y Lima se gradúa de doctor en Jurisprudencia y maestro en matemáticas y filosofía. En 1811, ya de regreso en Guayaquil, viaja a Cádiz, España, como representante del Cabildo guayaquileño. En Cádiz pronuncia un brillante discurso para lograr la abolición de las mitas –organización denigrante e inhumana, inventada por los españoles para esclavizar el trabajo de los nativos en América–. Esta acción y otras que lo demostraban como un patriota que abrazaba la causa emancipadora, le significaron finalmente su persecución por parte de la Corona española, debiendo refugiarse en Madrid y esperar las mejores condiciones para regresar a Guayaquil. Lo que finalmente se produce en noviembre de 1816.
El tercero de estos patriotas, José María de Villamil, que como dijimos nació en Nueva Orleans, Luisiana, en ese entonces colonia francesa, viaja en 1810 a España y logra entablar amistad con el gobernador de Cádiz y su esposa, de quien, gracias a su simpatía y astucia, obtiene la libertad de varios franceses que los hace pasar por oriundos de Luisiana. En su estadía en Cádiz, se gana el apodo de Chacta, que podría deberse a los indios chacta o choctaw, que habitaban el sureste del Misisipi y Luisiana, su tierra natal, y que pelearon junto a los franceses contra los británicos.
En estas circunstancias y estando en Cádiz abraza el ideario independentista de Francisco de Miranda, ingresando a la Logia masónica Lautaro. Regresa a Sudamérica y se queda en Venezuela, donde vivía parte de su familia. Perseguido por sus ideas de separación de la Corona española, logra dirigirse a Guayaquil donde contrae matrimonio.
En 1816 se pone al mando de la defensa de Guayaquil, para protegerla de un presunto ataque de piratas, los cuales fueron vencidos y abordados, pero para sorpresa de todos, resultó ser la escuadra del almirante Guillermo Brown, quien como corsario se encontraba a los servicios de ese país apoyando la causa libertaria de América.
Es así como la historia sorprende a estos forjadores de la patria ecuatoriana en el corregimiento de Guayaquil, ciudad disputada entre el Virreinato del Perú y el Virreinato de Nueva Granada (Bogotá), como también por los libertadores Bolívar y San Martín.
La Perla del Pacífico no podía esperar. La noche del 1 de octubre de 1820, en lo que José María Antepara llamaría “la Fragua de Vulcano”, en la casa de José María de Villamil junto a otros patriotas y masones idearon un baile de sociedad para ocultar sus verdaderas intenciones y no correr la misma suerte de sus compatriotas quiteños.
Es muy probable que en esa noche, cuando se forjó la Independencia de Guayaquil, no solamente estuvieran presentes aquellos trece patriotas inmortalizados junto a José Joaquín de Olmedo en la Fragua de Vulcano, obra del artista español Víctor Ochoa. Seguramente fueron muchos más, incluida la hermosa mujer del general Villamil, Ana Garaycoa Llaguno, a quien se atribuye la confección de la bandera de las rayas celeste y blanca que recuerda el río Guayas y sus tres estrellas que representan a los Departamentos de Guayaquil, Cuenca y Quito y, que el general Villamil, su esposo, portaría por orden de Olmedo en el mástil de la goleta Alcance, primer buque de guerra en enarbolar el pabellón de la Ciudad Libre de Guayaquil y llevar la noticia al comandante de la escuadra chilena, el almirante Alexander Thomas Cochare.
Un año después, en octubre de 1821, Lord Cochrane, al mando de la escuadra de Chile, ingresa al puerto de la Ciudad Libre de Guayaquil. Permaneció en este lugar por casi dos meses, mientras se aprovisionaba y reparaba las naves que habían arrebatado el dominio del mar a los españoles. Antes de partir, conociendo los intereses que despertaba en otras naciones, este importante puerto del Pacífico, hoy bahía histórica, dirigió a los guayaquileños un discurso de agradecimiento, donde se destaca la siguiente frase:
“Guayaquileños:
“¡Ojalá que seáis tan libres como sois independientes, y tan independientes como dignos sois de ser libres! Con la libertad de imprenta, que ahora protege vuestro excelente Gobierno, que tanta ilustración recoge de este origen, Guayaquil no puede nunca volver a caer en la esclavitud…” (almirante Cochrane, comandante de la escuadra nacional de Chile, Guayaquil, octubre de 1821).
Finalmente, es digno considerar que en todas estas acciones y relatos históricos subyacen las ideas libertarias de la masonería, de Francisco de Miranda y del movimiento ilustrado francés, que como es sabido cruzaron el Atlántico a fines del siglo XVIII, para independizar a las trece colonias inglesas, sentando las bases de lo que hoy son los Estados Unidos de Norteamérica, y que más tarde hicieron tambalear el trono francés, con la Revolución Francesa, proceso que con los conceptos de “libertad, igualdad y fraternidad”, facilitaron el triunfo de las ideas libertarias de la América Hispana.
* Coronel del Ejército de Chile. Profesor invitado en la Academia de Guerra del Ejército de Ecuador.