El tema tratado el lunes pasado, referido a la inestabilidad de los gobiernos en los regímenes presidenciales, provocó el interés, pero a la vez la insatisfacción de varios lectores. Ellos consideran que no fue suficiente la explicación acerca de los efectos positivos que podrían tener los regímenes parlamentarios o semiparlamentarios en los países latinoamericanos. Atendiendo esa sugerencia, aquí van tres argumentos.
En primer lugar, en los regímenes parlamentarios no se elige directamente al jefe de gobierno (que es una persona diferente al jefe de Estado). Su elección la realiza el Parlamento, cuyos integrantes son quienes reciben directamente el mandato popular. Si un partido obtiene la mayoría absoluta, puede formar el gobierno, pero cuando ello no ocurre, es necesario estructurar alianzas entre varios partidos. Estas son coaliciones de gobierno, lo que significa que todos sus integrantes deben asumir responsabilidades en la conducción del Ejecutivo. Bajo cualquiera de las formas, sustentado en un partido o en una coalición, el gobierno resultante siempre cuenta con mayoría en el Parlamento y expresa de manera bastante fiel la voluntad de los electores. Además, no hay campo para la pugna de poderes.
En segundo lugar, en estrecha relación con lo anterior, en la mayor parte de regímenes parlamentarios se establece que la pérdida de mayoría en el Parlamento o un voto de desconfianza por parte de este significan la finalización del gobierno. Si esto sucede, se puede llamar a elecciones anticipadas o se puede intentar la conformación de una nueva coalición. Incluso se puede llegar a ese punto, porque el propio gobierno considera que ya no cuenta con las condiciones para seguir aplicando su política, como ocurrió el año pasado en España. De cualquier forma, esto no provoca los traumas tan temidos en los regímenes presidenciales, ni da lugar a interpretaciones de golpes o conspiraciones, como las que nos tienen discutiendo a partir de la finalización abrupta del gobierno del cura de la sotana corta.
En tercer lugar, el parlamentarismo es menos propicio para la personalización de la política y en consecuencia establece limitaciones para el surgimiento de líderes y caudillos iluminados. Es verdad que estos nunca faltan, pero en esos regímenes encuentran menos espacio, sobre todo porque están sustentados en partidos sólidos y estables. En realidad, un requisito para que un régimen parlamentario arroje resultados positivos es que existan partidos sólidos y en un número relativamente limitado. Sin ese tipo de partidos, el parlamentarismo puede tener consecuencias más nefastas que un régimen presidencial en las mismas condiciones.
Para finalizar, cabe señalar que nuestra brillante Asamblea Constituyente de Montecristi perdió la oportunidad de dar algunos pasos en esa línea. Muchos de sus integrantes estaban muy al tanto del debate y de la teoría al respecto, pero prefirieron apostar por la vía caudillista, que les aseguraba resultados de corto plazo, entre los que se contaba su elección para el próximo órgano legislativo, a pesar de que habían jurado y rejurado que no serían candidatos. Lograron su objetivo a costa de fortalecer el presidencialismo y alimentar las causas de la inestabilidad.