No se ha iniciado con Correa, pero una forma atroz de gobernar es la descalificación generalizada, no solo a los contrarios, sino también a los “propios”.
Responder a lo grotesco no es lo adecuado, sino actuar y hablar con firmeza en temas trascendentales y en defensa de principios, evitando entramparse en el agravio, no respondiendo a la descalificación con un boletín o una declaración aislada, porque la réplica le vendrá con todo el poder comunicacional del Gobierno, que después de todo se paga con recursos del Estado.
Alguien decía: “es darle de gozar a la fiera”, si se permite que lo trascendente sea rebasado por el lodazal de las descalificaciones.
Con los “propios”, es triste lo que pasa. Muy pocos se rebelan. La mayoría, para que les siga llegando algo de la golosina del poder, prefieren humillarse ante el gobernante y su más cercano entorno.
El doctor Carlos Cueva Tamariz, refiriéndose al que se arrastra ante el poder, alguna vez dijo “vedle la cara y sabréis cuánto se ha arrastrado” . Lector: haga usted el ejercicio.
La descalificación de la Asamblea
Nadie duda que la Asamblea Nacional le es funcional al presidente Correa, porque la mayoría siempre le funciona, entre “propios” y “agregados” a destajo, expresión –esta última– porque son por ocasión, no necesariamente recompensados.
Por eso, de primera lectura, podría haber aparecido extraña la comunicación de 9 de abril del 2012 del presidente Correa al arquitecto Fernando Cordero Cueva, que a la vez de ser expresión totalitaria del poder en cuanto a pretender silenciar hasta “exhortos” –especies de ruegos– de la Asamblea, que en expresión vulgar venía siendo como su mínimo ejercicio del “derecho al pataleo”, se convierte la comunicación –y esto es lo trascendente– en la oportunidad que tiene Correa de expresar su desprecio a quienes se aprovechan de ilícitos beneficios multiplicando “asesores” y viajes al exterior, cuyas cuantías reales hasta podrían parecer insignificantes frente a lo que se juega y margina en negocios del Estado.
“Vergüenza ajena terrible” sentencia el presidente Correa.
La respuesta de Cordero, en nota de 17 de abril, a nadie debió sorprender, porque ha sido su constante conducta, que le ha significado sustituir a Alberto Acosta en la Presidencia de la Asamblea Constituyente, y ser confirmado en esa calidad en la Asamblea Nacional desde el año 2009.
Posiblemente, en los próximos días, Correa le aplique a la relación con la Asamblea una especie de linimento, para disminuir la irritación, a la vez silenciosa y sumisa, de los “propios”.
Lo bueno habría sido que se transparente lo que en la Asamblea se viene gastando en asesores y guardaespaldas, así como en pasajes y viáticos, identificando a sus beneficiarios.
Pero esto sería pedir demasiado. Al presidente le es suficiente que sepan de su desprecio.
También con sus ministros de Estado
Son algunos los ministros de Estado que han pasado por similar trance en público. Frases públicas de Correa de censuras menos o más explícitas, para luego seguir conservándolos o hacerlos rotar.
Eso explica en parte la movilidad de ministros y altos funcionarios del gobierno. En algunos casos, significa promoción, en otros simplemente como movimientos de peones en el ajedrez, a voluntad del gobernante, con riesgo de ser eliminado. El que es ministro, de no ir de una cartera a otra, pasa a ser secretario particular o subsecretario o director departamental.
Verdad que ningún cargo es menos que otro, pero se supone que todo el que está en función pública aspira lícitamente a hacer mérito para ser promovido.
Y en otros niveles del poder sucede lo mismo.
Lo de Guayas es un caso patético. El verdadero entorno cercano al presidente –con estrechos vínculos con quienes han gobernado la ciudad y la provincia por años– no le ha perturbado al gobernante en su afán de generar ronchas en relación al PSC y a Madera de Guerrero, pero que se quedan en ronchas.
Para eso están personas como Balerio Estacio y Roberto Cuero.
El primero, por años, vinculado a la ocupación de tierras, que el Gobierno lo llevó a la Asamblea de Montecristi, pero cuando este quiso atreverse como precandidato para alcalde o concejal, a la cárcel lo enviaron con la tacha de tráfico de tierras.
El caso de Cuero es diferente. Correa lo promocionó asignándolo a lo que el Gobierno llama la Junta Cívica Popular, para que esta sea la que enfrente a la llamada Junta Cívica, de extracción de las instituciones tradicionales de Guayaquil. Luego lo llevó a la Gobernación y se lo convirtió en lo que se suponía debía ser el interlocutor “pico a pico” con Nebot, pero cuando este ha replicado al poder, ha sido directamente al presidente, no a Cuero.
El incidente “estrella” debió ser lo del monumento a Febres-Cordero, ahí creyó graduarse Cuero, cuanto más que para agraviarlo al asambleísta Roche, el 17 de febrero del 2012, el presidente Correa lo desafió a darse trompones “uno a uno, donde sea”, para cuyo efecto –los trompones– delegó al gobernador Cuero. Roche fue a buscarlo, pero no se encontraron.
De ser el “vengador, por encargo”, Cuero pasó a lo ridículo. Lo demás es reciente. Cae el gobernador por ajuste interno manchado por supuestas raterías de comisaría y abuso de autoridad.
¿Lo reciclarán?, puede ser, pero no a cargo de comisario.
¿Y habrá autoestima de los “propios” descalificados?
Algunos la tenían y deberían recuperarla. El presidente puede hacer mucho para ello: respetarlos, aun en las discrepancias.
En todo gobierno hay ajustes de cuentas.
En el de Correa, se los potencia, embarrando de descalificación al que lo excluyen, aun cuando luego lo reciclen: ya está embarrado.