El video está en Youtube y da la vuelta al mundo. En la ceremonia previa al encuentro entre el Real Madrid y el Apoel en Nicosia por la Copa de Campeones de Europa, el portero madridista Iker Casillas se hurga la nariz, se saca un moco y aparentemente se lo pega en la mejilla a un pequeño niño chipriota que hace de mascota; el pequeño, quizás desconcertado o incómodo, intenta limpiárselo. Hace dos años, durante el Mundial de Sudáfrica, las cámaras sorprendieron a Joachim Loew, el técnico de Alemania, hurgándose la nariz nerviosamente mientras miraba el desempeño de su equipo, y haciendo bolitas con sus secreciones nasales para deglutirlas de manera automática: también desagradable, pero no tan innoble.
El video de Casillas ha provocado una polarización entre aquellos aficionados que reprueban con insultos su conducta, y los otros que le restan toda importancia y más bien se la toman contra los periodistas que filmaron la escena, acusándolos de “gilipollas que deberían informar sobre asuntos más interesantes”. Esta división de opiniones entre fanáticos no es sorprendente, y testimonia la bipartición primitiva inducida entre los aficionados por “el opio del siglo en España”, como llama al fútbol mi amigo Marco que vive en las Canarias. Lo extraño es que los “gilipollas” de toda la prensa deportiva española e internacional se han limitado a informar y a difundir el video, pero sin emitir opinión ni definir posición. Lo considero “extraño”, aunque quizás ese es el ideal de “la buena prensa” que algunos quieren para el Ecuador: prensa sin pensamiento.
Imagino que el incidente es olvidable para Casillas, para sus fans, para la opinión pública, e incluso para los medios. Pero no lo es para ese niño ni para sus padres. Aunque muchos lo califiquen como una “gilipollez”, yo lo considero una referencia importante que permitiría discutir varios temas, incluyendo el del papel de la prensa. Circunscribiéndome al fútbol: no conozco personalmente al “héroe deportivo” y lo último que desearía es estrechar su mano; tampoco estoy calificado para emitir una opinión clínica. Pero sí pienso que el acto mediante el cual un sujeto adulto hace a un niño depositario de sus pasiones descontroladas, o de cualquiera de sus fluidos corporales, es un acto canalla que en muchos casos podría tener consecuencias para su desarrollo psicológico.
El fútbol como “opio del pueblo” ya fue usado por la sangrienta dictadura argentina, que utilizó el Mundial del 78 para lograr que su población se haga la desentendida respecto a las torturas y desapariciones cotidianas. En el caso de la sociedad española, el fútbol-opio sirve para que su pueblo ignore la grave crisis social, económica, laboral y ética que no logra afrontar, dopándose cada fin de semana con los goles de Messi y compañía. De esta manera se constituye la paradoja por la cual uno de los países más afectados por el desempleo en Europa, presume de tener la “liga de fútbol” más cara del mundo. En este contexto, el “autogol” de Casillas es evaluado por una fanaticada embrutecida desde la más primitiva alternativa: ¿eres madridista o enemigo? En el caso ecuatoriano, nuestro fútbol no da para tanto. ¿Cuál es el opio del pueblo en el Ecuador?