Ya para los años 1800, el río Sena tenía un caudal lento, y estaba acorralado por unas orillas arenosas, que hoy solo conocemos por pinturas de la época. Es muy probable que el Sena no existiera hoy, si no hubiera sido intervenido durante el siglo XIX, con un sistema de esclusas que permitió regular su caudal y mejorar su navegabilidad. De no haberse realizado tal intervención, el París de nuestros días estaría atravesado por una serie de canales secos, de piedra u hormigón; muy parecidos a los que en la actualidad se ven en la ciudad de Los Ángeles. París sin el Sena… suena como sacado de una pesadilla.

Durante el mismo siglo, el río Támesis era una cloaca pestilente, receptora de todas las aguas negras provenientes de Londres y sus poblaciones aledañas. A mediados del siglo XX, se inició un largo proceso de recuperación del Támesis; mediante la desviación de las aguas servidas, la construcción de plantas de tratamiento y la descontaminación de sus aguas. En la actualidad, turistas y londinenses pasean en botes sobre las aguas del Támesis, llegando incluso a practicar el esquí acuático durante el verano. Eso, además del tráfico naviero que conecta a Londres con el mundo.

Puede ser que para muchos, un río sea algo permanente e inmutable; pero, al estudiarlos más atentamente, nos daremos cuenta que estos poseen ciclos comparables a los que experimentan los seres vivos. Los ríos nacen, crecen y mueren. Muchos cauces fluviales le deben su permanencia sobre la Tierra a la mano del ser humano. La lista de ríos intervenidos por los humanos es larga y paralela a nuestra historia. Comienza con el Nilo, y su último capítulo se está escribiendo ahora, en los ríos Yangtze, Huai y Amarillo, en China.

Sorprende e indigna entonces, el ver cómo las autoridades dejan morir al Guayas, el río que le dio vida a Guayaquil y muchas otras ciudades y poblados de la región. Se pretende justificar la falta de acciones, bajo el pretexto que el Guayas ya no es navegable. Tal afirmación no es una verdad inamovible. El Guayas puede y debe permanecer navegable; no solo desde el Golfo hasta Guayaquil, sino desde Guayaquil hacia las poblaciones colindantes a los sus afluentes.

En primera instancia, el Guayas debe ser dragado para evitar las terribles inundaciones que han afectado a Daule, Santa Lucía, Salitre, Balzar y El Empalme. Estas inundaciones se deben –en parte– a la reducción del cauce del Guayas, que es dren receptor natural de estas zonas agropecuarias.

Es una cruel ironía, el hecho de que muchas poblaciones se queden aisladas a causa de un puente colapsado, cuando –precisamente– están junto a un caudal permanente de agua. Hemos optado erróneamente por ignorar lo que en otros países es una alternativa de transporte económico. La cuenca del Guayas debe ser dragada a la brevedad posible, a fin de evitar pérdidas humanas y materiales en el futuro. Y debería planificarse desde ya, un sistema de navegación fluvial, tanto para personas como para productos agrícolas, que conecte a Guayaquil con sus vecinas, a través de las carreteras de agua que nos dio la naturaleza.