El 22 de febrero pasado partió a la eternidad el distinguido maestro peninsular, abogado César Montenegro Laínez, dejando enorme tristeza a familiares y amigos. La prolongada enfermedad que lo aquejó nunca fue impedimento para luchar por sus ideas liberales. Nació en Salinas el 10 de junio de 1936 en el hogar conformado por don Guzmán Montenegro y doña Celinda Laínez. Estuvo casado con la señora América Peña con quien procreó cinco hijos. Sus estudios primarios los realizó en las escuelas Leonardo Berry de Ancón y Presidente Alfaro de Salinas. El colegio Josefino Rubira lo acogió durante sus estudios secundarios y se graduó de abogado los Tribunales de la República en la Universidad Estatal de Guayaquil, donde obtuvo el premio Contenta.

Don César, como respetuosamente lo llamaba, desempeñó cargos importantes en el cantón Salinas: fue jefe político, concejal, vicepresidente y luego presidente del Concejo Cantonal, presidente de la Junta Cívica, asesor jurídico de la Cruz Roja, secretario del Cuerpo de Bomberos, presidente de la Liga Cantonal, presidente del Club San Lorenzo, presidente del Club de Leones, vicegobernador del Distrito G2 de Leones del Ecuador y algunas ocasiones fue jefe de zona del Distrito G2 de Leones del Ecuador, fue miembro de la Academia Ecuatoriana de Educación (Núcleo del Guayas). Recibió de estas y otras instituciones internacionales sendos diplomas y condecoraciones por sus servicios, pero las más relevantes fueron las que entregó el Congreso Nacional en el año 1997 y la Confederación de Periodistas del Ecuador en el 2010.

Su gran pasión fue el magisterio. Las aulas de los principales colegios ubicados en la península de Santa Elena, como el Luis Célleri Avilés, Guillermo Ordóñez Gómez, Josefino Rubira y John F. Kennedy (colegio particular del cual era copropietario), fueron testigos de su inconmensurable carácter y sabiduría. La cátedra de Literatura Universal era escuchada atentamente por miles de estudiantes, hoy magníficos profesionales que ocupan importantes cargos, recuerdan con añoranza al maestro ausente. Les inculcó el amor y cariño hacia sus padres y respeto para los mayores; disciplina y buen comportamiento en el colegio y fuera de él; puntualidad y asistencia a las clases; aseo en las aulas y en sus casas y sobre todo, les cultivó el afecto a la música nacional, pues era regla general, sobre todo en el Kennedy, que a los bachilleres a punto de graduarse debían cantar un pasillo durante un acto especial desarrollado en el patio de la institución. Así era él: un hombre amante de la cívica, la literatura y la música. Su mayor sueño era viajar a Grecia, cuna de la mitología, que nunca cristalizó.

Fue columnista de Diario EL UNIVERSO durante muchos años. Era defensor implacable de la instalación de la moderna refinería de crudos en Atahualpa y/o Monteverde. Esa coincidencia acrecentó mi amistad. Fue asiduo lector de esta columna, en diciembre del año pasado lo vi por última vez durante la ceremonia de entrega de reconocimientos que organizó la Federación de Periodistas de Santa Elena en el hotel Barceló de Salinas. Conversamos animadamente sobre diversos temas. Un fuerte abrazo fue nuestro adiós.

Don César fue orgulloso de su nombre, su honor, su historia, pero siempre se inclinaba humilde ante Dios. Se preocupó por la unión familiar, antes de morir se despidió de cada uno de ellos concediéndoles la bendición. Los peninsulares hemos perdido al maestro, pero el cielo ha ganado un alma buena… Descanse en paz, querido amigo.