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“Periodista es el que cuenta la verdad y no el que cuenta lo que fue importante ayer” le explicó Gay Talese a Juan Carlos Rivero en una entrevista que le hizo para la Cadena Ser, de España (se puede leer completa en el sitio web de la Cadena Ser).

Gay Talese es un grande y además un caballero. Un veterano de la profesión más apasionante del mundo, que a sus 79 años anda siempre impecable, con ternos de verdad porque tienen tres piezas, tiradores, pañuelo en el bolsillo y sombrero de ala ancha. Entre Talese y Tom Wolfe juegan a ver quién es más elegante y quién escribe las mejores historias.

Los periodistas estamos acostumbrados a aprender más en las redacciones que en la universidad y a admirar más a nuestros mayores que a nuestros profesores. Quizá por eso aguzamos el oído cuando hablan estos maestros absolutos de la profesión: tipos capaces de enfrentarse con el mismísimo demonio y que además escriben como los dioses. Y no se callan nada, ni Gay Talese ni otros de su talla, como Jon Lee Anderson, Gabriel García Márquez, Tom Wolfe, Manuel Rivas, Eduardo Galeano, Ryszard Kapuscinski y Oriana Falacci. Todos ellos escriben o escribieron las historias que se publican en la página 30 del periódico y no en la portada. Son las que perduran y podemos leerlas ahora como hace 50 años y emocionarnos con ellas. Son las historias del amor, de la envidia, de la angurria o de la corrupción. Las historias eternas de las pasiones humanas que superan cualquier ficción. Historias mágicas de la América mestiza o aventuras en Etiopía, en Cuba, en Bagdad o en Irán.

Kapuscinski decía algo parecido a la frase de Talese con la que encabezo esta columna: las buenas historias se encuentran cuando los periodistas abandonan la escena. Es entonces cuando los lugares y las personas vuelven a la vida cotidiana, al estado normal. Es que los periodistas de la portada van en la carroza del poder, viendo los globos de colores y las serpentinas a su paso por Disneylandia. Es lo que algunos sociólogos llaman la construcción social de la realidad y que quiere decir que no importa tanto la realidad como lo que decimos de ella. A los políticos les interesa más el relato que la realidad, desde que se dieron cuenta de que por mucho que hagan, si nadie lo sabe, nadie los apoyará. Y al contrario: si el relato es bueno, aunque sea una mentira como un castillo, por más que no hagan nada o se corrompan asquerosamente, la gente los votará. En esa dialéctica perniciosa nos movemos y convivimos los periodistas y el poder (todo el poder, no solo el político). Como decía Allen Neuhart: hemos tomado demasiadas copas con el poder...

Esta es la explicación del periodismo del poder: un oxímoron, una contradicción en sí misma. Porque el poder todavía cree que puede cambiar la realidad cambiando el relato. Más todavía: cree que el pueblo es tonto y que lo puede manipular. Por eso la prensa del poder es una de las señales más terribles de sus pésimas intenciones. Y quizá por eso y porque el pueblo de tonto no tiene un pelo, nadie le cree a la prensa del poder. Y por eso es un pésimo negocio... Bueno, es un pésimo negocio para el poder, pero pingüe para los que proveen prensa al poder: unos vivos y unos mercenarios capaces de escribir a favor o en contra de quien le diga el que le paga.

Decía Juan Domingo Perón que ganaba las elecciones cuando tenía toda la prensa en su contra y perdía el poder cuando la tenía a su favor. Y aclaro que a su favor quería decir que solo quedaba en pie la que había incautado.

No se me enojen los periodistas que hacen las portadas de los diarios, pero ahí están las noticias y no las historias. Y las noticias son importantes, pero también son efímeras y, como dice Talese, no “reflejan la vida normal, la vida real de su tiempo. Lo importante es escribir historias reales sobre la gente normal. No los titulares”. Los otros, los periodistas de la página 30, son los que conocen el drama real y también las verdaderas intenciones de las personas. Ellos están más centrados en buscar la verdad que en resaltar lo importante. Son los que no conocemos, los que ni siquiera firman sus notas ni muestran la cara con una sonrisa al comenzar su relato.

Este es un homenaje a todos los periodistas anónimos de EL UNIVERSO y de todos los diarios del mundo. Los que buscan la verdad sin cansarse y sin tregua. Los que la consiguen con trabajo arduo en la maraña interminable de mentiras del poder.