“¿Por qué los de Ecuavisa ponen esa música de emperadores romanos en su noticiero?”, se pregunta el taxista apenas he subido, mientras escuchamos la retransmisión en una emisora quiteña. “Es la música de la película Ben-Hur”, comento cauteloso. “Claro, es como cuando los emperadores se van a dirigir a la plebe para que escuche sin decir nada, y yo soy la plebe”, añade. Le pregunto si le gusta la versión folclorizada de la tonada patriótica que acompaña las propagandas gubernamentales”. “Esa es peor, porque quieren hacernos creer que el Gobierno también es pueblo y eso siempre será mentira”, responde enfático. Prosigue: “Aquí todo el que tiene poder es como un emperador que mantiene una relación desde arriba con el pueblo. Los medios dicen que hacen comunicación social, pero se necesita acción social”.
“Los sociólogos estudian eso”, deslizo pedagógicamente. “Esos solo son unos teóricos que escriben cosas que nadie lee ni entiende”, replica y sigue: “yo voy a votar sí aunque el Correa es un ingenuo que cree haber cambiado al país cuando nunca logrará ningún cambio estructural”. Ante mi sorprendido silencio, me explica: “Una estructura es como el universo, el cuerpo humano o los países, donde cada pedazo funciona relacionado con los demás y ninguno es independiente. Aquí rompemos la estructura todo el tiempo, como si el hígado funcionara solo sin comunicarse con el cerebro. O como si el Ecuador decidiera algo porque nos da la gana, sin pensar que dependemos de otros países. O como el del Tucson negro que va delante, que ahorita va a curvar sin poner direccionales”.
“La gente misma tiene la culpa, porque les pagamos a los medios para que nos den información estúpida que a la gente le encanta, como la tal boda real del principito ese. Quieren que creamos en cuentos de hadas. No puede haber cambio estructural porque la política es solo manejar el poder. Cuando exista la política de la solidaridad, entonces habrá cambio estructural”, continúa. Le pregunto si estudió alguna carrera. “No terminé la secundaria, soy un vampiro del conocimiento, leo todas las noches de todo hasta que me quedo dormido, y aprendo algo de cada pasajero que se sube, profesionales o lo que sea, ¿y usted en qué trabaja?”, me inquiere llegando a mi destino.
“Soy psiquiatra”, respondo. Se voltea y me espeta a lo Robert de Niro: “¿Quién está más loco, los que están adentro o los que estamos afuera del manicomio?”. Con una carcajada abrevia mi desconcierto enseñándome: “Mi abuelita decía que nunca hallaremos en los manicomios un loco que haya matado a más de dos personas, en cambio afuera…”. Me bajo pensando en el contraste entre este autodidacta que conduce un taxi y los inteligentes académicos que conducen nuestra diplomacia por los temperamentales chaquiñanes del “honor presidencial y la soberanía nacional”. Y en el contraste con los igualmente inteligentes defensores de “la libertad de expresión”, los que nunca nos hemos preguntado si la hermosa fanfarria de Ben-Hur que usa Televistazo es casual o significa algo para alguien. Además, ¿quién está más loco, el otro que nos ataca o nuestro yo que contraataca? O como el clásico monólogo ante el espejo en Taxi driver: “¿Usted me habla a mí?”.