“Cuando mi marido vio a los cuyes muertos, lloró de la pena; el domingo él se levantó a las 05:00 para darles de comer y a las 07:30 el cuyero ya estaba inundado, no pudimos salvar ni uno”, contó Cecilia Palaguachi, mientras su esposo, José Palaguachi, rescataba dos gallinas que sobrevivieron al desbordamiento del río Santa Bárbara.

La pareja, acompañada de sus hijos y nietas, inspeccionaba ayer el terreno ubicado en el sector de Patul Bajo, a 5 minutos de Gualaceo, con la esperanza de recuperar algo de lo perdido en la inundación. Pero sus esfuerzos fueron inútiles, pues los cultivos quedaron sumergidos y destrozados.

Publicidad

El río, que se desbordó por las intensas lluvias en la parte oriental del Azuay, entre el sábado y domingo, devastó a su paso con cultivos de lechugas, coles, zanahorias, remolachas, brócolis, coliflores y otros vegetales, además, ahogó aproximadamente a 200 cuyes, decenas de gallinas; destruyó motobombas de riego y enseres domésticos. Hubo más daños en Gualaceo y en otras localidades vecinas, mientras en Guapachala, la corriente arrasó a Luis Tigre, de 45 años, cuyo cuerpo no pudo ser localizado hasta ayer.

Según Palaguachi, las pérdidas monetarias son cuantiosas, ya que cada cuy lo negociaba entre $ 8 y $ 10 cada uno, según su tamaño; las motobombas estaban calculadas en $ 350 cada una y el invernadero tenía una inversión de $ 8.000.

Publicidad

En zonas como Patul Bajo, donde el domingo la crecida alcanzó aproximadamente 2 metros de altura, el agua continúa empozada y alcanza una altura de cerca de 80 centímetros, los moradores esperan que siga el desfogue natural del río.

En el centro urbano de Gualaceo el agua descendió notablemente ayer. Desde temprano empleados municipales efectuaron labores de limpieza de las calles aledañas al río, inundadas el pasado domingo.

Pero en la vivienda de María Centeno, ubicada cerca del centro cantonal, la situación era diferente. La mujer y sus hijas baldeaban el interior del domicilio, situado a orillas del Santa Bárbara, para secar los muebles que después de la crecida del río quedaron casi inservibles.

Los adultos limpiaban el piso, los niños observaban con pena los sembríos de fresas que fueron arrastrados por el caudal. Plantas de acelga, cebolla, ajos, culantro y perejil quedaron entre el lodo.

“Hace unos diez años sucedió algo parecido, en ese tiempo nadie nos ayudó y ahora la historia se repite porque cuando vinieron los bomberos dijeron que no pueden hacer nada, que los muebles se secan y ya”, comentó Centeno.

Su vecina, Blanca Bonilla, salvó sus cosas gracias a un bordillo construido por el propietario de la casa que arrienda. “Abajo tenemos una carpintería, si el muro no hubiese estado, perdíamos todo”, indicó.

Mientras los afectados esperaban hasta el mediodía de ayer la visita de alguna autoridad, el alcalde del cantón, Marco Tapia, dijo que miembros de Gestión de Riesgos continúan la evaluación de los daños para establecer la ayuda necesaria. No obstante, los afectados se quejaban de que nadie los visitó.