En estos días he oído muchas veces la palabra manipulación, aplicada de diversas maneras. Así que, por costumbre, busqué el diccionario. Encontré que manipular significa lo siguiente: 1) Operar con las manos o con cualquier instrumento. 2) Trabajar demasiado algo, sobarlo, manosearlo. 3) Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etcétera, con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses particulares.

En los tres casos, se trata de actuar sobre algo para obtener el fin que el que manipula se propone. Se manipula materia prima y objetos, pero también, leyes, precios, rumores, noticias.

Lamentablemente, también se manipulan personas. A veces lo hacen los padres con los hijos, pero también los hijos con los padres. Los maestros con los alumnos, los jefes con los empleados, los amigos y los políticos con los ciudadanos.

Pero una señal de desarrollo humano saludable es no aceptar ser manipulado y, por supuesto, no ser manipulador.

El manipulador, en realidad, muestra un enorme irrespeto por el manipulado a quien le niega su condición humana de ser libre, capaz de entender las situaciones, las circunstancias, los hechos, las propuestas y la capacidad de tomar sus decisiones.

Por eso, el manipulador no apela a la razón, no quiere dialogar y convencer, quiere someter, quiere ser aceptado sin cuestionamientos. Piensa que tiene la razón, que sabe lo que es bueno para los otros y apela a sus sentimientos, a sus inseguridades, a sus temores.

En el fondo, aunque parezca lo contrario y, a lo mejor, sin ser plenamente consciente, el manipulador piensa que es superior, que los demás son incapaces de encontrar caminos para resolver sus problemas, que tienen suerte de que él aparezca para conducirlos y lo que parece una gran preocupación por el otro o por los otros, es realmente una subestimación y, quizás, hasta desprecio.

Pensando en todo esto, me pregunto si los manipuladores no serán personas que no terminaron de crecer. Recuerdo mis viejos libros de psicología y de pedagogía que decían que alrededor de los cuatro años, los seres humanos descubren su yo y se deslumbran con el hallazgo, que es una etapa natural y necesaria para conocer y robustecer su identidad, pero que igualmente necesario es pasar de esa etapa de egocentrismo a la de sociocentrismo, a la del conocimiento de los otros, como iguales, con quienes compartir.

Los especialistas, yo no lo soy, tendrán sus explicaciones científicas, acerca de este tema; mis afirmaciones son solo producto de la reflexión y de haber recordado que muchas historias particulares y colectivas están llenas de egocéntricos manipuladores, con graves consecuencias para quienes permitieron que los manipulen.