Por FRANCIS PISANI
.- Aunque su influencia seguirá sintiéndose por largo tiempo me temo que tengamos que acostumbrarnos a un mundo sin la presencia física, constante, de Steve Jobs, fundador y patrón de Apple.

Anunció formalmente el lunes 17 de enero que si bien seguiría asumiendo las funciones de presidente de la empresa, dejaba la gestión ejecutiva a Tim Cook, su segundo, para dedicarse a su salud. Sin embargo, no pronosticó, como la vez anterior, que tarde o temprano volvería al quehacer cotidiano.

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No se conocen detalles sobre su estado de salud real, pero estadísticas oficiales muestran que un 20% de quienes se someten a trasplante del hígado, como lo hizo Jobs hace año y medio, mueren en los tres primeros años. Casi todos presentan graves efectos secundarios, tanto que algunos médicos desestiman el procedimiento por los medicamentos forzosos que reducen seriamente el sistema inmunológico.

Sin información detallada, la actitud razonable parece ser aceptar que Jobs no volverá a asumir el mando. Es hacia donde se inclina, entre otros, el analista Mark Anderson.

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El acontecimiento es de enorme importancia: una de las figuras legendarias de la informática se retira cuando la empresa parece encontrarse en la cúspide de su éxito, pero también cuando la competencia arrecia para arrebatarle a Apple su posición dominante en ciertos mercados claves.

Apple es hoy la empresa tecnológica de mayor valor en el mundo, la segunda (detrás de Exxon Mobil) en valor de mercado, si se agrupan todas las categorías.

El iPhone y el iPad han permitido crear dos nuevos espacios en los campos de mayor dinamismo actual: los smartphones y las tabletas. Apple se ha beneficiado ampliamente por el hecho de haber sido el primero.

Pero la competencia se endurece. En el campo de los smartphones, por ejemplo, el iPhone sigue siendo el aparato que muchos desean o quisieran tener, pero Android está en vías de convertirse en el sistema operativo número uno (en EE.UU. por lo menos).

¿Qué cambia para mí?, es la pregunta que se harán muchos usuarios. La experiencia reciente indica que no tienen por qué preocuparse demasiado. Tim Cook, el segundo de abordo, ha demostrado su capacidad para manejar perfectamente la empresa durante la ausencia del big boss, y el equipo formado bajo la sombra de Steve es, según todos los analistas, de la mejor calidad posible. Jobs sí aseguró que seguiría implicado en la toma de decisiones estratégicas.

Un problema grave, sin embargo, proviene de una de sus mayores fuerzas: su omnipresencia y obsesión por el detalle, que le permitieron tras su regreso en 1996, a la cabeza de la empresa que había creado con Steve Wozniak, proyectar a Apple como la empresa estadounidense con mejor imagen en el mundo. Me temo que eso se acabó.

Más grave todavía, pero no directamente para los usuarios, es que Wall Street tiene horror a la incertidumbre. Apple sin Jobs no inspira la misma confianza. Mark Anderson, por ejemplo, aconseja "vender sus acciones o reducir su exposición" a pesar de creer que la empresa seguirá sin problemas entre 12 y 18 meses.

Definitivo o no, el alejamiento de Jobs se impone como un hito y una oportunidad para apreciar su papel en la historia de la computación.

Jobs entendió desde el inicio la fuerza y control que otorga producir hardware y software. Lo llevó a construir sistemas cerrados como el inventado en torno a iTunes para imponer el iPhone: detestable amenaza para la web, sin duda su arista más criticable.

La paranoia del personaje puede ser insoportable... Más que argumento se trata de un asunto de temperamento. Su persecución de blogueros por haber publicado información sobre productos que quería mantener en secreto resulta lamentable. Pretendía proteger la empresa, pero no hay diferencia con el político que impone censura para proteger su gobierno o estado.

Lo más desagradable se desprende indirectamente de él: la feligresía de sus usuarios históricos y fanáticos, de su intransigencia, intolerancia y cerrazón mental. Y este sentimiento (compartido por muchos) proviene de alguien que compró su primer Mac en 1984 y usa ahora dos Macs, un iPad y un iPhone (cuándo en EE.UU.).

Existen dos tipos de genios, los simpáticos y los otros. Jobs, a diferencia de Einstein, cae en la segunda categoría. Pero Steve Jobs es un genio. Consiguió algo único y difícilmente superable: contribuir de manera esencial a la definición de dos de las tres grandes etapas de la informática (y no una sola como Bill Gates, por ejemplo).

La primera Mac marcó el alba de la era de las computadoras personales (que vino después de la de las mainframes o computadoras centrales). El iPhone y el iPad precipitaron el paso a la era de la movilidad (o movicuidad si se quiere ser más completo).

Hay más: toda la industria se inspira en la aportación de Apple bajo el mando de Jobs: elegancia, simplicidad y calidad hasta en el más mínimo detalle. Sony, Dell y otros han mejorado el diseño de sus computadoras, porque sus usuarios envidiaban a quienes tenían Macs. Samsung se empeña en que su smartphone Galaxy, por ejemplo, o su tableta Tab, se parezcan lo más posible al iPhone y al iPad. De manera más general, todavía muchos piensan que Jobs ha contribuido al loable esfuerzo de los últimos dos decenios para proponer objetos industriales más bellos.

¿Balance? Steve Jobs no es simpático. Pero para la historia eso cuenta poco. Solo podemos desearle que se recupere y agradecerle cada día -aun si usamos aparatos que no ha tocado directamente- su contribución a una parte esencial de nuestras vidas.