Camino por las calles, circulo en un vehículo, hablo con muchas personas y percibo estos días tanta prisa y tanta tristeza en pos de la alegría de Navidad que me pregunto dónde están las personas. Parecen envueltas en máscaras.
Algunas de resentimiento: tendré que trabajar en Nochebuena. Si no se ama el trabajo que se hace y el servicio que se presta, es alienante hacerlo y la idealizada reunión a la que no podrá asistir, convierten en motivo de descontento y de tristeza la tarea que de todos modos hay que realizar.
Sin embargo, la alegría verdadera crece desde adentro, como las raíces de un árbol, y se construye hacia afuera con los ladrillos de la paciencia. No es una cáscara, un barniz, es una elección. No es poner un tono rosado a lo que sucede, a las angustias, problemas y tragedias de la vida, sino encontrar la calma en medio de la tormenta.
El descontento parece ser un fruto maduro de la sociedad de consumo. No tenemos todo lo que queremos, y queremos mucho más de lo que necesitamos. Si de pronto un ser querido se enferma de gravedad, ocurre un accidente, alguien amado muere, descubrimos que las alegrías sencillas y puras de la vida nacen de otras fuentes que el solo tener cosas.
Las máscaras de la prisa también inundan los espacios y llenan de ruido las calles, los mercados. Todos quieren encontrarse pero a la vez parecen repelerse.
Tiempo de regalos y tiempo de luces. Tiempo de frustraciones aun mayores para aquellos que no tendrán ningún presente ni cena especial. Las inequidades se hacen llaga que no se pueden curar.
Miguel tiene 10 años y se prepara para hacer la primera comunión.
Vende naranjas, es bueno para dar el vuelto, aunque no muy bueno con las matemáticas en la escuela.
Observa con deleite las luces que parpadean en varias casas del barrio pobre donde vive.
Va a la casa de una viejita del barrio que le habla de las bondades de Dios. Le exigía llegar a la hora para sus conversaciones vespertinas.
Un día Miguel llegó tarde, la abuelita lo reprendió.
Es que encontré a José, que es mayorcito y casi ciego, comprando carne en la carnicería de la esquina y lo acompañé hasta su casa, porque como hay tantos foquitos prendidos en las casas y me gustan tanto, yo quiero brillar como ellos, pues en mi casa no hay…
Yo quiero ser luz fue la explicación de su retraso…
A Gabriela le encanta la Navidad, le gustan los cantos, los villancicos, sobre todo el baile. ¿Qué te gusta del baile? Volar, fue la respuesta.
Con las lluvias primeras han hecho aparición una pléyade de insectos que se disputan la luz en las noches calurosas.
Una abeja “bebé” intenta volar mientras las hormigas la rodean. Una niña se acerca, la levanta en una hoja, la separa de las hormigas y le habla. De pronto vuela: Miren la salvé, grita a quien la quiera escuchar.
¿Sabe?, yo voy a hacer que creo en Papá Noel, me confiesa Adriana de 7 años, sino mis papás se pondrían tristes…