EE. UU.
Kishore Mahbubani, el decano de la Facultad de Política Pública Lee Kuan Yew en la Universidad Nacional de Singapur, vino para el té y yo le estoy contando sobre lo que considero que es la iniciativa más emocionante, con una cualidad similar a la del lanzamiento a la Luna, de altas aspiraciones, propuesta por el presidente Barack Obama y de la cual nadie ha oído hablar. Es un plan para crear ocho centros de innovación enfocados a resolver los ocho mayores problemas de energía en el mundo. Sin embargo, explico que el programa no ha recibido todos los fondos aún porque el Congreso estadounidense, preocupado por cada centavo que gastamos en últimas fechas, está reacio a asignar los 25 millones de dólares en su totalidad para cada centro, ya no digamos para ocho de un solo golpe, así que solamente tres están progresando. Sin embargo, Kishore me interrumpe a media oración.
“¿Te refieres a miles de millones de dólares?”, pregunta. “No”, le contesto. “Estamos hablando de aproximadamente 25 millones de dólares”. “Miles de millones de dólares”, repite. “No. Millones”. Insisto.
El singapurense se queda atónito. Sencillamente no puede creer que en una época en que su pequeña ciudad-estado ha invertido más de 1.000 millones de dólares para convertir a Singapur en un centro de la ciencia biomédica y atraer el mejor talento del mundo, Estados Unidos esté debatiendo con respecto al gasto de meros millones en investigación sobre energía con potencial de darle un giro radical al juego.
Bienvenidos a la Reunión del Té de Estados Unidos. Piensa pequeño y carga un gran ego.
Quizá esto parezca un problema cualquiera, pero no lo es. Normalmente, las naciones prosperan o languidecen no debido a una gran decisión mala, sino debido a miles de pequeñas decisiones malas; decisiones en las que se pierden las prioridades y los recursos no son bien distribuidos, por lo cual el potencial pleno de la nación no se puede fomentar y termina siendo menos que la suma de sus partes. Esa es mi preocupación con respecto a Estados Unidos.
Pero nada de esto es inevitable. Así que empecemos con la buena noticia: una felicitación para el equipo de energía, ciencia y tecnología de Obama por pensar en grande. Poco después de haber asumido la presidencia, ellos propusieron lo que el secretario de Energía, Steven Chu, conoce como “una serie de miniproyectos Manhattan”. En el presupuesto del año fiscal correspondiente al 2010, el Departamento de Energía solicitó financiamiento para Centros de Innovación en Energía en ocho áreas: red inteligente, electricidad solar, captura y almacenamiento de carbono, materiales extremos, baterías y almacenamiento de energía, edificios de energía eficiente, energía nuclear, así como combustibles derivados de la luz solar.
En cada área, universidades, laboratorios nacionales y la industria privada fueron invitados a formar equipos de sus mejores científicos e ideas de investigación para ganar 25 millones de dólares anuales durante cinco años para, en las palabras de Chu, “acelerar el progreso normal de la ciencia y la tecnología para la investigación sobre energía”, y por tanto “descubrir y comercializar los avances energéticos que necesitamos”, generando así nuevos empleos e industrias.
Hasta la fecha el Congreso estadounidense ha distribuido fondos parciales –“hasta 22 millones de dólares”, pero probablemente menos– para tres de estos centros durante un año. Así que la Universidad Estatal de Pensilvania y dos laboratorios nacionales desarrollarán diseños de construcción eficiente en términos de energía. El Laboratorio Nacional de Oak Ridge encabezará a un equipo en el modelado de nuevos reactores nucleares, en tanto el Instituto Tecnológico de California y el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley trabajarán en formas revolucionarias para generar combustibles a partir de la luz solar. Actualmente, Chu está intentando convencer al Congreso de Estados Unidos para que financie esos tres de nuevo para el 2011, así como al menos uno más: baterías.
En mi opinión, el Congreso debería estar financiando ahora a los ocho, durante cinco años –1.000 millones de dólares–, para que así no solamente tengamos estudiantes graduados, a sabiendas de que el dinero para la investigación está ahí, llegando en tropel a estos nuevos campos de energía, sino que tengamos el beneficio de todos estos científicos colaborando y practicando la fertilización cruzada.
Chu, quien tiene un Premio Nobel de física, dice que entiende y respeta que el Congreso estadounidense tenga ante sí actualmente duras decisiones sobre el presupuesto, por lo cual no logro sacarle una sola palabra de crítica con respecto a las prioridades presupuestarias de nuestros legisladores. Sin embargo, muestra entusiasmo por lo que significaría para la innovación estadounidense si efectivamente pudiéramos pagar plenamente por este centro relacionado con la energía.
La idea detrás de los centros, explicó Chu, radica en “capturar el mismo espíritu” que produjeron el radar y la primera bomba nuclear. Esto es, “convencer a ganadores del Nobel de física de que trabajen hombro con hombro con ingenieros”; no para producir un documento académico sino “para resolver problemas en una forma que, efectivamente, sea desplegada” y hacerlo más rápidamente que el modelo tradicional de los académicos, de todos trabajando en su propio silo.
“No queremos mejorías que vayan aumentando gradualmente”, destacó Chu. “Queremos verdaderos saltos; avances que cambian por completo el juego”; como una reducción del 75% en la energía empleada en un edificio comercial mediante un diseño accesible y mejoras en el software. “Estados Unidos ha demostrado que podemos hacerlo”, concluyó Chu. “Los científicos e ingenieros ven el problema, ven la oportunidad, ven lo que está en juego, y quieren ayudar”. Es por esta razón que deberíamos financiar totalmente a los ocho (centros).
Todo esto me recuerda mi cita favorita de negocios, de un consultor que había trabajado en el gigante tecnológico de Alemania, Siemens. Dijo: “Si tan solo Siemens supiera lo que Siemens sabe, sería una empresa rica”. Lo mismo va para Estados Unidos. Aún tenemos todos los elementos indicados. El instinto del presidente de llevar las fronteras de la ciencia energética más allá está justo en el punto, pero el Congreso también tiene que pensar en grande y contribuir a desatar e incrementar todo lo que Estados Unidos sabe.
Por favor, por favor, dejen de prodigar dinero en la repavimentación de viejos caminos y de escatimar centavos cuando se trata de ser los pioneros de nuevas fronteras.
© 2010 The New York Times News Service