La Venus prehistórica encontrada en Willendorf  tiene 20.000 años. Es regordeta, obesa, mide once centímetros, tiene senos bárbaramente grandes, nalgas imponentes, abdomen superlativo, genitales voluminosos. Es la Pacha Mama,  madre tierra,  mujer planetaria.

En nuestro siglo loco, muchas mujeres  piden al cirujano que les ponga lo que la naturaleza les negó, mientras  las anoréxicas intentan convertirse en siluetas desgarbadas. En el primer caso triunfan las siliconas, se inflan glúteos, nace el delirio mamario, los escotes se abren como telones sobre pechos teatrales. En la fase opuesta, las blusas bostezan sobre senos diminutos de preadolescentes.  Es posible que en cada hombre duerma un neonato frustrado. Adriana Carambeu, con un wonderbra (me  refiero a un brasier enloquecedor) pide a los transeúntes: “Mírenme a los ojos… ¡He dicho a los ojos!...”. El novelista Roland Dorgeles describe así el tamaño ideal de un pecho femenino: “¡De que llenar la mano de un hombre honesto!”. Air India despidió a todas las azafatas algo pasadas de peso. ¿No se llama eso discriminación?

Los pintores flamencos armaron la fiesta. Rubens  se desató en desbordes carnales. Las  Tres  Gracias  padecen celulitis, lucen llantitas. Rembrandt  tuvo afición  a las féminas radiantes, dueñas de generosos atributos.  La Venus de Milo no sería candidata a Miss Universo con sus 2,05 metros de altura. En el Museo del Louvre me estremecí  al contemplar sus carótidas en las que parece latir la sangre,  senos perfectos de pezones erizados, mármol pulido como  piel fina, ropaje que se mantiene en frágil suspenso sobre opulentas caderas,  serenidad  que habla del placer en descanso tan predicado por  el filósofo Epicuro.

Tengo una que otra amiga gorda, les tengo afecto. Son sensibles, sensuales, un poco frágiles, algo depresivas, llevadas a la melancolía, pasan de la risa al llanto, se convierten en cascabeles. Tiene manos tibias, húmedas. Soy fan de María Serra Lima, de la soprano Montserrat Caballe a quien me acerqué en Barcelona como un colegial a su ídolo,  de las valkirias hembrotas que cantan la música de Wagner. El talento tiene poco que ver con la envoltura.  Recuerdo  múltiples entrevistas  a Mercedes Sosa, mujer de impresionante gentileza con la que tuve el privilegio de  desayunar varias veces.

Enloquecen mis amigas gordas frente al postre mayúsculo, helados coronados con chocolate, crema batida,  hamburguesas de dos pisos, papas fritas, mayonesa. Aplauden con las mandíbulas cualquier fiesta del sabor. Quienes aceptan  compartir su pequeño mundo   hallan más allá de los senos sobresalientes un corazón de lujo, alma de niña. Vivimos en una  zoociedad   esclava de las normas. Quien se aleja de lo establecido se expone a  chismes de mal gusto. El  misógino  Schopenhauer proclamaba: “La mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas”. Héctor Tizón  afirmó que “las mujeres gordas son tiernas pero irresponsables”: opiniones absurdas. Que sean flacas o gordas,  solo les  pedimos que  sean mujeres. Después de todo existen unas cuantas  que llegaron a ser eternas como el amor mismo. Por ello el barroquismo gustó de la opulencia,  himno al exceso, desborde de  vitalidad, triunfo de las curvas, música plena, delirante como El Mesías de Haendel.