EE. UU.

El verano pasado asistí a una conferencia de Michelle Rhee, la dinámica titular de escuelas públicas en Washington. Justo antes del comienzo de la sesión, llegó un hombre que se presentó como Todd Martin, quien me susurró que el tema que Rhee estaba a punto de abordar –nuestras agobiadas escuelas públicas– de hecho era una de las razones cruciales, aunque no expresada, de la Gran Recesión.

Hay algo de cierto en eso. Si bien el caos de las hipotecas de última opción (subprime) involucró una enorme ruptura ética en Wall Street, coincidió con una ruptura educativa entre la población común; precisamente cuando la tecnología y las fronteras abiertas estaban permitiendo que muchísimas personas más compitieran con estadounidenses por empleos de la clase media.

En nuestra era del ‘subprime’, pensamos que podíamos tener el sueño americano –una casa y un patio– sin un pago inicial. Esta versión del sueño americano fue entregada no a través de una mejor educación, productividad y ahorros, sino por la alquimia de Wall Street y dinero prestado de Asia.
Hace un año, todo explotó. Ahora que estamos recogiendo los pedazos, necesitamos entender que no solamente es nuestro sistema financiero el que necesita un nuevo comienzo y una actualización, sino también nuestro sistema de escuelas públicas. De lo contrario, la recuperación sin empleos no será meramente una fase transitoria, sino nuestro futuro.

“Nuestro fracaso educativo es el mayor factor que contribuye por sí solo a la declinación de la competitividad del trabajador estadounidense en el mundo, particularmente en los rangos medio e inferior”, argumentó Martin, ex ejecutivo global por la PepsiCo y Kraft Europa, quien actualmente es un inversionista internacional. “Esta pérdida de competitividad ha debilitado la producción de riqueza del trabajador estadounidense, precisamente en momentos que la tecnología trajo a la competencia mundial mucho más cerca de casa. Así que a lo largo de una década, los trabajadores estadounidenses han mantenido su nivel de vida pidiendo prestado y consumiendo excesivamente con respecto a su verdadero ingreso. Cuando la Gran Recesión acabó con todas las burbujas de crédito y activos que hicieron posible el consumo excesivo, dejó a demasiados trabajadores estadounidenses no solamente más endeudados que nunca, sino desempleados y sin las habilidades para competir mundialmente”.

Este problema se resolverá solo cuando sea revertida la declinación en la competitividad del trabajador; cuando creemos suficientes empleos nuevos y trabajadores capacitados que valgan, digamos, 40 dólares por hora en comparación con las alternativas mundiales. Si no lo hacemos, no hay forma de saber cuán “desempleada” será esta recuperación.

Un amigo que es abogado en Washington me contó en fecha reciente sobre despidos en su bufete legal. Le pregunté quién sería despedido. Notó que ese era un dato interesante: los abogados que estaban acostumbrados a meramente presentarse y que les entregaran el trabajo fueron los primeros en salir porque, con el estallido de la burbuja del crédito, ese flujo de trabajo sencillamente ya no está presente. Sin embargo, se estaban quedando con aquellos que tienen la habilidad de imaginar nuevos servicios, nuevas oportunidades y nuevas formas de reclutar trabajo. Ellos ahora son los nuevos   intocables.

Esa es la clave para entender la totalidad de nuestro desafío en la educación hoy día. Quienes esperan a que termine esta recesión para que alguien pueda darles trabajo nuevamente podrían tener que esperar mucho tiempo. Prosperarán las personas que tienen imaginación para volverse intocables, para inventar formas más inteligentes de hacer viejas labores, formas en que se ahorre energía para suministrar nuevos servicios, nuevas maneras de atraer a viejos clientes o nuevas formas de combinar tecnologías existentes.
Por lo tanto, nosotros no solo necesitamos un mayor porcentaje de nuestros hijos se gradúen del bachillerato y la universidad –más educación– sino que necesitamos más de ellos con la educación   apropiada.

Como lo explica el experto laboral Lawrence Katz, de la Universidad de Harvard: “Si pensamos en el mercado laboral de estos tiempos, a la mitad superior del mercado universitario, las personas que tienen las habilidades de alto nivel para el análisis y la resolución de problemas, que pueden competir en el mercado mundial o jugar en el sistema financiero o lidiar con nuevas regulaciones gubernamentales, les ha ido sumamente bien. Sin embargo, la mitad inferior respecto de la superior, los ingenieros y programadores que trabajan en tareas más rutinarias y no participan activamente en el desarrollo de nuevas ideas o la recombinación de tecnologías existentes o que no piensan en qué quieren los clientes nuevos, han tenido malos resultados. Han estado mucho más expuestos a competidores mundiales que los vuelven fácilmente sustituibles”.

Quien está en el extremo superior de la mitad inferior –graduados de bachillerato en la construcción o la manufactura– han sido vapuleados por la competencia global y la inmigración, agregó Katz. “Sin embargo, quienes tienen algunas habilidades interpersonales –el vendedor que puede lidiar con clientes cara a cara o el contratista del hogar que puede ayudarle a rediseñar su cocina sin acudir a un arquitecto– han tenido buenos resultados”.

Tan solo ser un contador, abogado, contratista o trabajador promedio en una línea ya no es lo que solía. En las palabras de Daniel Pink, autor de A Whole New Mind (Una mente totalmente nueva): En un mundo en el cual el trabajo promedio puede ser realizado con frecuencia cada vez mayor por una computadora, robot o extranjero talentoso más rápidamente y a un costo menor “y sencillamente con la misma calidad”, la vainilla ya no será suficiente. Todo tiene que ver con qué salsa de chocolate, crema batida y cereza se ponga encima. Así que nuestras escuelas están ante una tarea doblemente difícil ahora: no solamente mejorar la lectura, escritura y aritmética, sino también en los atributos de empresa, innovación y creatividad.

En pocas palabras: No vamos a volver a los buenos días de antaño sin reparar nuestras escuelas tan bien como nuestros bancos.

© 2009 The New York Times News Service.