Si el cine se nutre de historias y necesita acercar sus historias a la gente, para hallar credibilidad y realismo debe contar las historias de la gente.
El cine colombiano demostró que desde hace algún tiempo quiere desligarse de la etiqueta del narcotráfico y las luchas armadas; el problema es que el camino es arduo y nadie ha escrito los parámetros para seguir la receta. Sin embargo, ya con películas como Perro come perro, de Carlos Moreno, se venían haciendo propuestas de ópticas distintas.
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Esta vez El arriero avanza en el camino con pisadas sólidas y dignas de explorarse. Dueño de un excelente manejo de cámaras, este filme goza además de un magnífico elenco y dirección actoral que otorgan a la primera creación cinematográfica de Guillermo Calle un sitial de recomendación para los cinéfilos amantes del cine latinoamericano que no busca ni envidiar ni continuar por el camino hollywoodense.
El arriero abre perspectivas, toca el tema del narcotráfico, porque negar esa herencia es pretender tapar el sol con la mano, pero lo hace desde la mirada de un personaje digno de, por un lado, las más bajas; y, por otro, las más altas pasiones humanas: por el arriero de mulas Ancízar López (Julián Díaz) el espectador logra sentir y ser parte de una suerte de compasión--rabia, repulsión-deseo que muy pocos personajes logran hacer sentir a este público tan descreído de la creatividad. Pero la carga interpretativa del protagonista está muy bien balanceada con un guión de desarrollo rápido, diálogos cargados de adrenalina, que permiten desde poesía hasta palabras soeces pero justificadas.
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La banda sonora tiene un texto aparte que se convierte en un personaje más desde el cual vivificar la colombianidad. Pero si existe algo en El arriero, aparte de lo antes dicho, que por sí solo merece el deseo de ver hasta el final esta película, es su interpelación constante al público. Un espectador que se convierte en cómplice, partícipe, actor, protagonista, omnisciente y a la vez expectante, de un desenlace muy poco predecible.
Este mérito de El arriero se logra con una dosis de humor que solo puede arrancar de esta crítica la bien puesta palabra colombiana de “¡qué berraquera!”.