Tras sus incursiones en El abrazo partido y Derecho de familia, el director y guionista argentino Daniel Burman indaga hábilmente de nuevo en el núcleo familiar con El nido vacío, una comedia melodramática con ingredientes judíos, muchas neuras argentinas y secuencias surrealistas. Un estreno definitivamente insoslayable que le valió a su intérprete principal, Óscar Martínez, la Concha de Plata en San Sebastián.

Enigmático, pero con humor y gracia, la historia toma cuerpo a través de una narración de extrañas circunvalaciones coreográficas donde el ritmo del tango (fondo) reencuentra el del jazz (forma). La escena multitudinaria de arranque es un desafío técnico y actoral, que impregna de gran fuerza dramática a la trama.

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En un atestado restaurante, Martha comparte con sus antiguos compañeros de estudio. A su lado, aunque muy distante y cohibido, está su esposo Leonardo, un célebre dramaturgo. 

Un rico despliegue interpretativo de diálogos discontinuos, gestos espontáneos y miradas explícitas o reprimidas denota con eficacia la tirantez de este matrimonio y la neurosis del protagonista.

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Martha y Leonardo, ambos en la mediana edad, comienzan a enfrentar el conflicto de pareja y el redescubrimiento de sentimientos al verse solos cuando sus tres hijos emprenden su camino fuera del hogar. Para superarlo, ella decide retomar los estudios universitarios que dejó a medias para dedicarse a su familia, y se vuelca a una hiperactiva vida social.

Esto contrasta con la introspección de su esposo, sumergido en una crisis creativa y existencial. En esa incomunicación, lo que le queda es un efímero affaire con su dentista y la aparición de un neurólogo creado por su prolífica imaginación que sacuden su conciencia y provocan que se replantee su vida.

Son piezas que no terminan de encajar por completo, como tampoco lo hacen los dos fragmentos musicales que desconciertan al espectador y resquebrajan la credibilidad del relato. Pero, bajo este muy buen envoltorio, se aceptan como iniciativas que denotan los deseos de este director inquieto de indagar más allá de la seguridad, la madurez y el absoluto dominio cinematográfico que parece haber alcanzado ya a sus cortos 36 años.

Con admirable riqueza emocional y placentera desenvoltura, Burman se sumerge así en lo más recóndito de la psicología masculina para hacer manar del protagonista un humor melancólico en medio de la desesperación, los celos, la sensación de desidia y de abandono.

El aporte interpretativo de Óscar Martínez es portentoso. Cecilia Roth no se queda atrás y acepta con humildad, pero con solvencia, luminosidad e impecabilidad permanecer en segundo plano. Con El nido vacío Burman se afianza, sin duda, como uno de los principales cineastas argentinos de la actualidad.