El 24 de julio pasado cumplió 50 años el estadio Modelo (ahora llamado Alberto Spencer Herrera),  de esta urbe huancavilca.

Ante tal acontecimiento evoca la memoria ciertos antecedentes previos a ese 1959. Para la práctica seria del balompié (entendiéndose de primera categoría) donde ya existía el George Capwell, propiedad del Emelec, que funcionó formalmente para fútbol desde diciembre de 1947, arrancando nada menos que con el Sudamericano, donde Argentina se coronó campeona.

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Desde 1947 se sucedieron hechos futbolísticos  que incluyeron el Torneo del Pacífico, llegada de grandes visitantes extranjeros de América del Sur, de Centroamérica y  Europa, y el estadio eléctrico no cobijaba más de 30.000 espectadores apretujados. Únase a lo anterior que en noviembre de 1950 se creó el profesionalismo en Guayaquil y aquello, obviamente, atraía buenas contrataciones de jugadores foráneos y otras novelerías, como siempre.                 

Lo cierto es que cuando aparece el Capwell casi automáticamente desapareció el estadio Guayaquil, (hoy Ramón Unamuno, contiguo al Yeyo Úraga) y desde entonces se hacía necesario un nuevo escenario federativo.
 De esto se venía hablando desde mediados de la década de los cuarenta.

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Poco tiempo después se construyó una parte de la tribuna del Modelo y por algunos años se deseó la culminación del estadio (que incluía pista de atletismo, para sus diferentes modalidades, y además velódromo). Como sea, lo cierto es que llegó Voltaire Paladines Polo a la presidencia de la Fedeguayas, armó una junta de notables. Se consiguió financiación de La Previsora y el estadio se terminó en 1959.

Se inauguró el 24 de julio de hace medio siglo como ya está dicho con un cuadrangular entre Peñarol, Huracán, Barcelona y Emelec.  Estadio repleto hasta las banderas, discurso de Paladines Polo, discurso del entonces presidente de la República, Camilo Ponce Enríquez, del que no pudimos oír ni una sola palabra porque se interpuso la más grande, que yo recuerde, pifiada a un mandatario en un estadio de fútbol.

Aquello sucedió porque en el mes anterior, junio de 1959, después de un sepelio con asistencia de miles de contrarios al régimen, no faltaron asaltos a casas de empeños, pequeños comercios y a las oficinas del SIC (Servicio de Investigación Criminal) y se decretó el toque de queda. Según los datos de la época murieron varios civiles. Dejemos hasta aquí ese tema porque la historia política se encarga de esos análisis.

Se inauguró el estadio. Al cuartel de policía de aquellos años, y aun ahora, también se lo llamó Modelo. No existían la ciudadela ni avenida Kennedy ni La Atarazana y se llegaba al Modelo con carro sobre una carpeta asfáltica (después se construyó la avenida de las Américas.)

Por los alrededores del Coloso (así se lo bautizó popularmente) los estudiantes guayaquileños marchábamos en la instrucción premilitar. Urdesa comenzó a poblarse poco a poco y no existía el actual coliseo Voltaire Paladines, cuya construcción también la impulsó quien ahora lleva su nombre.

Me aparté del fútbol. Es que la memoria comienza a trabajar y la verdad es que puedo apostar que he visto todos los partidos de fútbol desde la fundación en 1959 hasta ahora (cuando son juegos de primera categoría), que disfruto la pasión que aún me deslumbra y que acaba de cumplir medio siglo de vida.

Entrar al detalle de los grandes juegos que vi sería para escribir un libro (¿por qué no se animan Ricardo Vasconcellos Rosado, Alberto Sánchez Varas o Mauro Velásquez?). Pasaron tantos monstruos sagrados y puedo nombrar a Alfredo Di Stéfano, Pelé, Diego Maradona, Ferenc Puskas y mejor paro la mano, porque se me salen burbujas por los ojos, pero lo que yo viví, no me lo quita nadie.

Y una cuñita personal. Jugando de “camarón”  por el Briz Sánchez, de la Liga Comercial, en ese estadio, en un preliminar internacional,  le hice un amague a Fortunato Chalén nada menos. Le metí un golazo a Manuel Ordeñana, otro deslotado que jugaba para el entonces Ietel y ganamos ese título. ¿Verdad, Manolo?