Mirar cine latinoamericano en un mar abarrotado de lo made in Hollywood resulta no solo refrescante sino relajante, aun cuando se trate de una cinta colombiana donde el lenguaje fuerte, la sangre, los disparos y las traiciones se roban la pantalla. Perro come perro es la película de Carlos Moreno, un director que debuta con buena cola, demostrando no solo su potencial sino explotándolo.

El tema de la venganza, el sicariato, la traición y el dinero oculto no pueden desligarse del cine colombiano todavía, sin embargo, Moreno lo hace de una forma en que no produce el cansancio visual o auditivo de tantas otras películas. La brujería es un elemento bastante bien incorporado y pocas veces tan visto en profundidad de hilo narrativo. La mayor virtud de esta producción es, quizá, la verosimilitud que posee.

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Un guión sin indecisiones o elementos gratuitos, interpretaciones correctas y una fotografía que enmarca lo feo logrando en el espectador la hostilidad necesaria para “disfrutar” el metraje. 

Lo más destacable es, sin embargo, la auténtica  banda sonora que logra junto a la presencia de los canes una sensación de espontaneidad y otorga además esa atmósfera de colombianidad que hace de Perro come perro una cinta digna de verse.

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“El hombre es el único animal que muerde la mano que le da de comer”. “El pez grande se come al chico”, aunque siempre hay que esperar a “ver quién ríe de último”. “El que la hace, la paga”. Todos estos dichos populares tienen cabida en la historia que narra Perro come perro, pero se agradece que los clichés estén alejados de este recorrido. 

Carlos Moreno se convierte en un director al que hay que seguirle la pista con interés. Quentin Tarantino puede morir tranquilo, su Reservoir Dogs y su maravillosa Pulp Fiction han dado frutos y muy buenos.