“La virtud del catch consiste en ser un espectáculo excesivo”, escribía Roland Barthes a mediados de los años de 1950 en “El mundo del catch”, texto recogido en el volumen Mitologías que reúne los ensayos del genial semiólogo francés sobre la función del signo y del mito en la cultura popular francesa de aquel tiempo. Barthes se refería a lo que por acá llamamos “cachascán”: la lucha libre no como deporte sino como espectáculo y representación teatral con sus propias reglas y personajes. Si el exceso es la primera regla del catch, su función es la de convertir al gesto en signo inequívoco para caracterizar de entrada a los típicos personajes del cuadrilátero: el luchador “técnico”, el “caballeroso”, el “ridículo”, el “sucio” y el “bestia”, entre otros. En el catch, los gestos definen desde el comienzo a los actores y fabrican las respuestas igualmente estereotipadas del público: aplaudir al héroe y abuchear al villano.

El catch tiene reglas implícitas que se aprenden al introducirse en esa cultura, en la que no se trata de ganar sino solo de representar perfectamente el papel que el público espera de cada luchador. Una regla de oro es la del triunfo de “la justicia”, según la entiende el público: que los buenos ganen y que los malos reciban su merecido. En nuestra tierra el catch no ha hecho fortuna como en otros lugares, probablemente porque otros espectáculos se apropiaron de sus códigos y de su estética, principalmente aquel de la política ecuatoriana. No sabemos desde cuándo nuestros políticos copiaron al catch (también llamado “agarra como puedas”), pero desde que tenemos memoria presenciamos ese espectáculo en el que los discursos rebajados a la condición de gestos reemplazan a las patadas voladoras en esa representación de próceres vivos “peleándose” por  salvar al país.

Los ejemplos son numerosos y algunos inolvidables; sería inicialmente divertido y finalmente tedioso hacer un inventario. La Revolución Ciudadana no ha estado exenta de este espectáculo nacional, porque es un problema de estructura que sobrepasa las buenas intenciones. Ya en Montecristi presenciamos supuestos rodillazos en la ingle y suturas de los labios sin anestesia, lo que dio cuenta de la caducidad del pensamiento más que de prohibiciones para su libre expresión. Y, aunque parezca contradictorio, en el catch también existe una definición propia para “tongo”: cuando el exceso de simulación evidencia que solo se trata de la representación de un drama.

El enfrentamiento actual entre los hermanos Correa ha causado el grito de “¡Tongo!” por parte de algunos “entendidos” en catch y en tongos, que ignoran el protocolo del espectáculo según el cual solo hay tongo en el exceso del exceso; y, en este drama solo hay excesos. El duelo entre hermanos tiene un encanto ancestral,  arraigado en la mitología de los orígenes de la humanidad. La fantasía de la lucha mortal entre el hermano bueno y el perverso expresa conflictos vigentes pero no muy conscientes de rivalidad fraterna en la mayoría de sujetos. El tema es importante, pero para nuestro público es solo un espectáculo. Entonces, aunque aquí no haya futuro para los verdaderos émulos de El Santo, siempre lo habrá para nuestros “debates políticos”… ¡A treees caídaaas, siiin límite de tiempooo!