Cupido ciego disparaba flechas sin saber hacia dónde apuntaba: niño irresponsable, cruel, cara de yo no fui, bala perdida, flechas de oro con plumas de paloma para provocar amor instantáneo, otras de plomo con plumas de búho para suscitar indiferencia.
Acertó muchas veces sin querer, unió para siempre seres predestinados a vivir juntos. Otras veces provocó fenómenos raros como cuando María Kodama a los seis años se enamoró de Jorge Luis Borges al leer un poema de él: Borges, ciego, tenía treinta y un años más que ella. Extraño Jorge Luis, quien profetiza en 1983 su suicidio para una fecha precisa. Cuando le preguntan por qué no lo llevó a cabo, contesta llanamente “Por cobardía”. Kodama se casó con Borges pocos años antes de que él muriera.
Qué culpa tiene el amor si tantas adolescentes, adultos que jamás dejaron de estar extraviados optan por abandonar el planeta. ¿Pero estarán realmente desquiciados o habrán tomado la decisión porque el amor los habrá llevado al filo del abismo donde triquea el vértigo. Aborrezco a los moralistas porque todo lo analizan a la luz del dogma, la creencia religiosa. Aborrezco a los solapados, pienso como Franz Moreno que pornografía es todo aquello que excita a los moralistas. Cuando Carolina se ahorca a los veinte años, me deja como herencia, un mes antes de matarse, un papelito arrugado en el que escribe con lápiz mientras almorzábamos en mi casa: “No quepo en lo que soy, Bernard, me escapo por los cuatro costados”. Niego a cualquier ser humano el derecho de juzgarla. Me quedo con mi ternura a cuestas, no dejo de pensar en aquel destino que no pude modificar: veinte años, cuerpo tan leve: “Oh tierra, no eches peso sobre ella; no lo hizo ella sobre ti”. No concibo un amor que no sea eterno, lo que imposibilita la eternidad de la muerte ¿Si no se ama a morir, de qué amor hablamos?
El amor sublime es aquel que llevará al excepcional Jesús hasta los confines del sufrimiento, a la arrugadita Teresa a decir que en una oportunidad dudó de la existencia de Dios pero que amó hasta que le doliera. Cupido no se equivoca, dispara al azar. El amor no tiene la culpa. Hacemos lo que queremos con los flechazos recibidos. Si el amor muere por pequeñeces, bromas intrascendentes, es que siempre fue pequeño, por más ampulosas que hayan sido las palabras, mentirosos poemas del tipo “Sin ti me muero”.
Creo que se necesita vivir muchos años para tener el coraje de amar hasta la muerte sin atentar contra nuestra vida. El trigo muere para revivir. El amor no envejece, no sabe de edad, de raza, de religiones. Si existe Dios es amor supremo. Si no existe, nos queda el amor como eterno consuelo. Amo, luego existo. Sin ello ¿de qué me serviría pensar? El amor es aquel sorbo de café que alguien dejó huérfano en mi mesa o el desayuno que serví religiosamente durante infinitos años al ser más querido mío. Aunque fuera posible que jamás lo haya realmente dicho Shakespeare: “Mi amor fue infinita esperanza”.