Una tendencia y una pasión juntas. La globalización (más allá de problemas puntuales) ha aumentado las oportunidades de producción e intercambio, la calidad y en consecuencia los niveles de vida. Y se ha entrelazado con el fútbol. Esperanza que en estos días vuelve, con muchachos de selección embarcados en vuelos trasnochados, con lenguas (y acentos) variados, novias extranjeras (ahí también ya competimos) y experiencias ampliadas. Sí, ahora somos parte del fútbol globalizado. Y eso trae grandes cambios, con tendencias positivas.

El fútbol genera una nueva división del trabajo. Los africanos y latinoamericanos proveemos la base del fútbol que son y seguirán siendo los futbolistas. Esa es nuestra ventaja competitiva natural: físicamente (los africanos) y creativamente somos mejores. Entendemos mejor la esencia del fútbol y lo que nos falta (lo colectivo y táctico) lo podemos aprender (con contadas excepciones, los europeos nunca aprenderán la picardía estética… a no ser por la mezcla racial). Los europeos ponen el resto: equipos, marca, público, televisión, capital, con lo cual montan grandes empresas que potencian nuestro talento.

¿Quién gana? Todos. Las oportunidades que se han abierto para tantos muchachos sin otro horizonte y el esfuerzo meritorio para compartir con sus comunidades. La mejora básica que se da en el conjunto del fútbol, con tanta escuela regada por el país (unas mejores o peores que otras). La selección que alcanza ya dos mundiales y pelea un tercero, mientras LDU juega la final de un Mundial. Somos ahora exportadores de un mejor producto.

¿Desafío? El de todo sistema de intercambio: cómo captar una mayor parte de la torta que esto genera, es decir ampliar nuestras ventajas naturales. Estar más presentes en toda la cadena que va del futbolista al espectador final. Estar en los medios que difunden. Crear empresas que capten más valor. Evitar que los chicos vayan demasiado jóvenes cuando aún no desarrollan su potencial. Convertir nuestros torneos y clubes en marcas más sólidas (la Libertadores con un mejor espectáculo no iguala a la Champions, ni Boca o Flamengo el nivel mundial de Manchester). Impulsar que el mundo nos mire más, con un torneo entre grandes clubes europeos y latinos (el Mundial de Clubes es un mal remedo, o remiendo, japonés). Aumentar nuestra capacidad de negociación para captar más de la valoración paulatina de nuestros talentos (no es aún el óptimo que vaya un jugador por 10 o 20 millones de dólares y luego su valoración se multiplique ampliamente en Europa, participando ya mínimamente de ello). Más emprendimiento serio (LDU como ejemplo).

¿Males? Cierta nostalgia del fútbol amateur donde solo importaba el sudor de una mañana dominguera. Quizás uno de los pecados de la globalización (y de su sombra, las comunicaciones): uniformizar, banalizar. Ver al Real Madrid de Di Stefano o al Santos de Pelé, era un salto enorme a la sorpresa. Hemos perdido esa mirada inocente frente al Barça de Messi u otros. Ningún Mundial tendrá la magia del primer televisado, el inolvidable México 70 … nada es perfecto pero fútbol y globalización hacen un buen matrimonio.