¿Por qué?
Durante los últimos ocho años, George W. Bush ha soportado todo tipo de acoso contra su personalidad por parte de la izquierda rabiosa. Era un idiota que no merecía la presidencia. Un borracho aprehensivo a quien no se le podía confiar que estuviera cerca del botón nuclear. Se robó unas elecciones –después, otras– para enriquecer a sus amigos corporativos con una guerra ilegal.

Ladrón, asesino, genocida, criminal de guerra, son las palabras que los ciudadanos han usado para expresar sus diferencias políticas. Lo asombroso es que la histeria del odio hacia Bush no ha ido más allá de las palabras.

Las palabras tienen consecuencias, nos recordó la semana pasada John Lewis, el representante demócrata por Georgia. Uno se pregunta dónde ha estado su consejo público todos estos años desagradables.

Cuando el asesinato de un obispo y un candidato presidencial sacudió a la sociedad mexicana en 1994, Octavio Paz, el escritor laureado con el Nobel, escribió: “La violencia verbal y la violencia ideológica son los antecedentes de la violencia física”.

¿Qué le ha sucedido a nuestra sociedad civil? Parte de la respuesta se remonta a unas elecciones acaloradas hace cuatro décadas. Se acosó a otro Presidente, otro hombre decente, un paladín de los derechos civiles para sacarlo del cargo como a criminal de guerra. Desde entonces, las cosas han ido de mal en peor.

Bill Bishop, un periodista, y Robert Cushing, un catedrático de sociología ya retirado de la Universidad de Texas en Austin, explican este deterioro en “The Big Sort: Why the Clustering of Like-Minded America is Tearing Us Apart” (La gran clase: por qué la agrupación de estadounidenses que piensan igual nos está destruyendo).

En las últimas tres décadas, los estadounidenses se han estado agrupando cada vez más en comunidades homogéneas en lo económico, educativo y político. Vivir en tales comunidades proporciona validación y tranquilidad. Sin embargo, también genera intolerancia y extremismo, como lo explicó Bishop hace poco en Slate: “Los grupos homogéneos tienen conocimiento de un conjunto enorme de ideas y argumentos que sustentan la posición dominante del grupo. Todo el mundo escucha los argumentos a favor de la creencia del grupo, y, conforme se discuten, la gente reafirma más sus creencias.

“Estamos comparando constantemente nuestras creencias y opiniones con las del grupo. Hay ventajas en irse un poco más al extremo que el promedio del grupo. Es una forma de sobresalir, de asegurarnos que otros nos verán como miembros virtuosos”.

Si usted se ha agrupado en una comunidad de personas que cree que Bush es un criminal de guerra, solo se requieren unos cuantos pasos para que los miembros de esa comunidad busquen una noción equivocada de justicia. Si usted se ha agrupado en una comunidad de personas que cree que Obama es un terrorista islámico, se requieren unos cuantos pasos para avanzar al tipo de amenazas repulsivas contra él que ahora está investigando el servicio secreto.

Leo correos electrónicos y cartas de personas así todos los días, gente que ha perdido todo sentido del equilibrio, la proporción y la decencia, agrupándose en tribus cada vez más intolerantes: una era digital del Señor de las Moscas.

Me avergüenzan. No obstante, en gran medida, temo por nuestro país.
*De San Antonio Express News. Distribuido por The New York Times News Service.