| Fotos: Germán BaenaEs un país hospitalario, de fascinante variedad y de hermosos contrastes. Antiguo y moderno, cuna de la civilización y símbolo de paz y tranquilidad. Si me preguntaran qué es lo que más me ha gustado de Jordania, respondería sin titubear la hospitalidad de su gente. En ninguno de mis viajes anteriores había recibido un trato tan cálido y cordial. La palabra ‘bienvenido’ sale de labios de los jordanos de manera frecuente y espontánea.Y a quienes se inquieten sobre la posibilidad de un atentado les diría que, gracias al tratado de paz firmado en 1994 entre Israel y Jordania, el reino hachemita es uno de los países más seguros de Oriente Medio. Una capital modernaHablar de la historia de Amán significa remontarse a la Edad de Piedra. Hacia el 1.200 aC., cuando se convirtió en la capital de los amonitas, pueblo mencionado en la Biblia, pasó a llamarse Rabat-Amón. Posteriormente, durante la época grecorromana, tomó el nombre de Filadelfia en honor al gobernador tolemaico Filadelfio. Esta urbe, construida a imagen de la Roma Imperial, con calles de columnas, baños, templos, un teatro e imponentes edificios públicos, formó parte de la ‘Decápolis’, una confederación de diez ciudades que gozaban de un gran auge económico y social, en la frontera oriental del imperio romano. A principios del siglo VII empezó la propagación del islam desde la península arábiga. El año 635 dC. marcó el inicio de una era islámico-arábiga que duró más de dos siglos. La ciudad retomó entonces el nombre semiótico original, Amón o Amán, que conserva hasta hoy.La Amán de los primeros tiempos se asentaba sobre 7 colinas, la actual cubre 19 con un manto de casas de color marfil, blanco, beige y ocre. Este particular aspecto cromático se debe a que una ley municipal estipula el uso de piedras autóctonas en la construcción. En la colina de la Ciudadela, antiguo emplazamiento de Rabat-Amón, las excavaciones han puesto al descubierto vestigios de las épocas romana, bizantina y de principios del islam: las ruinas del Templo de Hércules, levantado durante el reinado del emperador Marco Aurelio (161-180 dC.); varias columnas corintias se yerguen como testimonio de una pequeña iglesia bizantina (siglo VI o VII dC.); y el Palacio Omeya (720 dC.), con su hermosa cúpula y su rica decoración interior, que constituye sin lugar a dudas el edificio mejor conservado. La zona baja se extiende al pie de la Ciudadela. En una vasta plaza pública bordeada de columnas podemos admirar un anfiteatro romano con aforo para 6.000 personas y un pequeño hemiciclo de la misma época, donde ocasionalmente se celebran conciertos. Alrededor de la gran mezquita de Hussein, de espigados minaretes, torres desde cuya altura se convoca a los musulmanes en las horas de la oración, se concentra el sector de los mercados tradicionales, también conocidos con el nombre de ‘zocos’. En la parte moderna de la ciudad se encuentra el Museo Real del Automóvil. Se trata de una colección permanente que, a través de unos 80 vehículos, narra la historia del rey Hussein. Desde el lujoso Lincoln Capri celeste que lo transportó a la edad de 17 años a la ceremonia de su coronación, pasando por los Rolls-Royce, Antón Martín, Ferrari… que usaba en sus visitas oficiales, hasta el auto anfibio con el que atravesó el golfo de Aqaba. Rumbo al sur Alquilamos un auto, por supuesto mucho más modesto que los del rey, y partimos hacia el Mar Muerto, a unos 45 km al sur de Amán. Con una salinidad diez veces superior a la de cualquier océano, resulta imposible sumergirse en sus aguas. Si uno intenta echar unas cuantas brazadas, el cuerpo adopta las posiciones y los movimientos de una marioneta desarticulada. Mientras tomábamos un baño, manteniéndonos casi inmóviles y cuidando de que ninguna gota fuera a salpicarnos en los ojos, observamos el extraño ritual que se desarrollaba en las orillas. Turistas occidentales se embadurnaban, incluso hasta los párpados, con una capa de barro negro y dejaban que esta se les secara en la piel. Al parecer, este barro posee propiedades curativas y un gran valor cosmético.Continuamos el viaje y hacemos un alto en el Monte Nebo, en el que se cree murió Moisés tras haber contemplado la Tierra Prometida. Desde una plataforma situada delante de una iglesia se puede disfrutar de una impresionante vista sobre el valle del Jordán y el Mar Muerto.La Ruta del Rey nos lleva a Madaba, “la ciudad de los mosaicos”. En la iglesia de San Jorge se conserva uno de la época bizantina. Los millares de diminutos mosaicos figuran un mapa de Palestina en el que aparecen los pueblos y los lugares santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.Camino hacia Petra, nos detenemos en la fortaleza militar que los ejércitos cruzados levantaron en Kerak. Su galería de subterráneos nos deja cautivados.La mágica ciudad de Petra es legado de los nabateos, una antigua tribu árabe que procedía de la península arábiga y que se asentó al sur de Jordania hace unos 2.200 años. Recorrer el inmenso complejo arquitectónico, considerado la octava maravilla del mundo, y descubrir los 800 monumentos tallados en la roca requiere un mínimo de tres días. A Petra se accede por una falla geológica de sobrecogedora belleza que tiene 1.200 m de longitud y 80 m de altura. Súbitamente aparece ante nosotros el Templo del Tesoro, una fachada de 30 m de ancho y 43 m de alto y tonalidades rosa pálido esculpida en una formación rocosa. Se excavó en el siglo I aC. para dar sepultura a un importante rey nabateo. Una de las secuencias finales de la película Indiana Jones y la última cruzada, de Spielberg, se rodó justamente en este lugar.En los alrededores se encuentran dispersos cientos de edificios públicos, tumbas reales, templos, grutas funerarias y un teatro. 788 peldaños –sí, los contamos– labrados en la roca conducen al ‘Monasterio’, un templo funerario que sirvió de refugio a los primeros cristianos –de ahí su nombre–, y cuyas proporciones superan a las del Templo del Tesoro. Una de las urnas de la fachada mide 9 m de alto. Si se continúa ascendiendo, se abre un panorama extraordinario de gargantas y precipicios que producen vértigo.Nuestro viaje hacia el sur acaba, ironías del destino, en Aqaba, única ciudad portuaria de Jordania y zona franca. Los fondos del Mar Rojo albergan una gran variedad de corales y una abundante fauna marina que comprende peces payaso, peces loro o los curiosos peces trompeta, entre muchos otros. De regreso al norteNuestra siguiente etapa son las ciudades del norte de Jordania. Rumbo a Amán, por la Ruta del Desierto, nos desviamos en dirección a Wadi Rum, tierra del legendario aventurero inglés Lawrence de Arabia. Esta zona de cientos de kilómetros cuadrados abarca elevaciones montañosas de paredes lisas, en las que se encuentran petroglifitos que representan seres humanos, animales o caravanas de camellos; formaciones pétreas que parecen derretidas por el intenso sol del desierto, desfiladeros, puentes naturales de piedra y un mar de arena roja.Jerash, a unos 50 km de Amán, yace en una planicie rodeada de empinadas zonas boscosas y fértiles cuencas. La ciudad vivió su época dorada durante el mandato romano.Excavaciones y restauraciones, llevadas a cabo en los últimos setenta años, han revelado pavimentos y calles flanqueadas por columnas; las arenas de un hipódromo, donde tenían lugar las carreras de carros; templos en las cumbres de las montañas, teatros de perfecta acústica, espaciosas plazas públicas, baños, fuentes, torres y mercados.Gadara (hoy Umm Qays) y Pella (hoy Tabaqat Fahl), ambas muy bien conservadas y de un gran valor arqueológico, formaban parte, al igual que Amán y Jerash, de la ‘Decápolis’. Rumbo al esteDesde Amán nos dirigimos hacia Azraq, única ciudad de la desértica zona del este. Entre los llamados Castillos del desierto sobresalen tres: Qasr al-Azraq, una fortaleza construida en piedra negra de basalto, en cuyo interior no queda nada de los tiempos pasados; Qasr Amra (Patrimonio de la Humanidad), un pabellón de caza con inigualables frescos de mujeres desnudas (hecho raro en tierras islámicas) y otras representaciones humanas; Qasr al-Kharana, un lugar de descanso de las caravanas. Camino a SiriaAl término de nuestro periplo por Jordania contabilizamos 3.200 km de viaje en auto. Llegó la hora de partir rumbo a Siria. Nos vamos con el sentimiento de haber descubierto un país lleno de encantos humanos y de joyas arquitectónicas y naturales.