De cierto modo envidio a quienes coleccionan amores como trofeos de guerra, se sienten realizados con la posesión multiplicada de cuerpos diferentes, sensibilidades distintas. La tentación de ser infiel, constante en muchos casos, puede tener un desenlace catastrófico. Amar a una sola persona es privilegio de pocos, casi una utopía. Sin embargo, a pesar de las múltiples tentaciones que adornan el camino siempre existe La Mujer, aquella que merece mayúsculas, nos marca con su huella indeleble. Podemos tener la impresión de amar varias veces pero existe un magnetismo que siempre nos hace volver a este amor más fuerte que el fuego, marca de hierro candente en el alma.
Entonces buscamos a esta mujer en otra mujer, nos estrellamos, pensamos poder reemplazarla, caemos al vacío, multiplicamos las tentativas, lastimamos al paso a quienes cometen el único pecado de amarnos. Nos sentimos culpables, infieles, farsantes, fantoches bailando al son de una ilusión. Otro lector me preguntó si podíamos amar a dos mujeres al mismo tiempo. Creo que en este caso intentamos construir a una sola mujer a partir de dos totalmente diferentes. Es linda la ilusión pero es mero espejismo. Amar es muy simple, muy fácil o terriblemente complicado, porque somos distintos, porque en la Edad Media estuvo de moda la historia de Tristán e Isolda unidos eternamente por haber bebido el mismo filtro mágico, porque Shakespeare inventó a Romeo y Julieta como Sófocles nos había hablado de Antígona y Hemón más de cuatrocientos años antes de que naciera Cristo, porque nos gusta de pronto el amor trágico, el amor que duele, el de las telenovelas, mientras nos derretimos al ver a una pareja de ancianitos caminando cogidos de la mano. Creo que somos de una sola mujer como la mujer puede ser de un solo hombre. Es el epicentro, el punto de equilibrio, el centro de gravedad. Lo demás son temblores o terremotos de paso que pueden ser de baja intensidad o arrasar con todo. “Il n’y a pas d’amour qui ne soit à douleur” (No existe amor que prescinda del dolor).