Le dicen el Gitano, porque en sus cuarenta años como artesano ha viajado por casi toda América Latina, además de varias ciudades de Estados Unidos. “Aunque en Nueva Jersey me regresaron porque estaba sobrando. Parece que necesitaban solo 100 artesanos... y yo era el 101”, bromea Ángel Montaño (77 años) mientras con fuerza talla nombres en madera de balsa, los cuales pondrá en llaveros y collares. Dice que los más populares son Gema, Diana, Jésica y Diego, aunque los turistas de la Sierra prefieren Patricio, Janet y Jenny, y los del Oriente compran más los Marcelo, Jahaira y Yuri. Ángel lleva dos años en Canoa. “Aquí terminé mi peregrinaje por el mundo, aquí me quedo porque me gusta todo, la tranquilidad, el clima, la gente. Por ejemplo, dejas tu ropa en la playa para irte a bañar y allí mismo la encuentras; nadie te la toca”, señala este nacido en Santa Rosa, provincia de El Oro, quien lamenta que las autoridades públicas no suelen apoyar este tipo de trabajo y no controlan el ingreso de artesanos extranjeros. “En Colombia o Perú recién te vas sentando con tu puesto y llegan los policías a pedirte documentos. Pero aquí los extranjeros trabajan sin ningún control”, indica este hombre que en un día “malo” puede ganar unos $ 10, pero en uno “bueno” pasa de $ 40.Y cuando a las 18:00 cierra su puesto de artesanías, regularmente se reúne con sus amigos a jugar voleibol –“no soy bueno, pero ellos igual me ponen en el equipo para acompañarlos; son buenos compañeros”– y en algunas tardes se sienta en la playa para relajarse y reflexionar con la brisa fresca acariciándole el rostro. “Así es mi Canoa, así es la vida que he elegido; por eso espero no tener que moverme nunca más”.