Por diez años se había dedicado a hacer trenzas a las turistas que encontraba en varias ciudades del país, como Quito, Atacames, Pedernales, Tonsupa, Manta y Salinas, pero hace unos dos años conoció a unos artesanos argentinos y brasileños que le enseñaron a trabajar las artesanías. “Y desde entonces me ha gustado este negocio lleno de creatividad y que me permite hacer diseños que me invento. Me gusta ser diferente”, indica Paola Cabezas (39 años), guayaquileña de padres colombianos. Cuatro de sus cinco hijos viven en su ciudad natal (el mayor tiene 21 años), mientras que el menor, de 2 años, suele jugar alegremente en la playa a pocos metros de esta madre divorciada que hace respetar este trabajo. “La otra vez llegó un malcriado señalando un collar y preguntando ‘¿qué es esta cosa?’. La artesanía es arte. Algunos pueden pensar que un diseño es feo, pero otros lo ven bonito”, afirma esta mujer honesta que sigue ofreciendo trenzas a las turistas. Canoa le ha dado el escenario y los clientes para mantener a sus vástagos, a quienes extraña y disfruta mucho visitar. Junto a la playa, ella indica que ha decidido mantenerse como artesana porque lo considera un trabajo importante, mezcla de artista y viajera, de empresaria y soñadora, en fin, una actividad que la tiene felizmente amarrada a su futuro.