Es la puerta a la selva tropical más grande del mundo. Su vida transcurre sobre el río Negro, uno de los grandes caudales del Amazonas. Su entorno, su comida y su ópera son los grandes imanes para el turismo. Iba en el avión después de casi siete horas de vuelo desde Sao Paulo, donde hice escala. Eran tantas las ganas de conocer el puerto de Manaos, porque fue motivo de muchos recuerdos de escuela cuando la profesora que me daba clases de geografía me mostraba el mapa y me hacía sentir como si viajase tal como lo hiciera Francisco de Orellana al zarpar hacia el descubrimiento del imponente río Amazonas. Claro, el mapa ahora es diferente del que conocí. “Los límites del Ecuador son al norte Colombia, al sur Perú, al este Brasil y al oeste el océano Pacífico”, recuerdo escuchar a mi profesora ‘cantar’, obligándonos a aprender lo que ahora ya no es.El avión en el que viajé era uno muy grande y a bordo los pasajeros de distintas partes del mundo llenaban todas las tres hileras de asientos –dos de tres y una central de cuatro– y una gran primera clase. En una minipantalla tenía la posibilidad de jugar, ver películas, programas de bloopers, o a través de dos cámaras observar el exterior del avión. Ya acercándonos al destino, el capitán nos anunciaba que nos aprestábamos a aterrizar. Enseguida cambié la opción de cámara para observar la selva desde arriba. Algo que resultó ser más barato puesto que hay avionetas que cobran 300 dólares o más por media hora de vuelo. Se veían ríos de color café serpenteando y partiendo la tierra verde. Por allí una que otra casita en medio de grandes terrenos sin árboles, producto de la imparable deforestación.Aterrizamos. El cielo estaba nublado, había mucha humedad, tal vez en ese momento menos que la promedio de Guayaquil. Me sentía a gusto. La temperatura era de unos 33°C a las 12:30. Adelanté mi reloj una hora para estar acorde con el tiempo local.Un vehículo me llevó hasta el hotel Tropical Manaus, donde me hospedé. Junto al edificio de 600 habitaciones se encuentra un resort con todos los servicios perteneciente a la misma cadena. Me acomodé en mi habitación, tomé un baño, me puse una camiseta y me fui al ‘Encuentro de las aguas’. ‘Leche y café’La marea estaba en su tope. No se podían apreciar las playas en las orillas del río Negro, adonde acuden las familias los fines de semana. “El río Amazonas contiene un quinto del agua dulce del mundo”, nos dice Brandau, nuestro lazarillo manauense. Nos cuenta que el turismo y comercio con Colombia y Venezuela son muy comunes. “De allá vienen turistas en ferris todo el tiempo”. A lo lejos se divisa Marapatá, la última isla del río Negro y cerca de sus orillas un espectáculo natural que me sorprendió: dos aguas de diferente color. Es el famoso ‘Encontro das Águas’ o encuentro de las aguas. Realmente no se ve la mezcla de los ríos Negro y Solimoes que da como resultado el río Amazonas. Parece que la cantidad de nutrientes que contiene el río Negro se niega a unirse en sus siete kilómetros con las turbias y marrones aguas del otro caudal. En ese momento una lluvia torrencial obligó el regreso. Por suerte estábamos protegidos bajo techo. El viento en ese momento tornó frío el paseo.Le pregunté al guía si había pirañas. “Sí hay, pero no por aquí. En los ríos adentro de la selva hay de todos los tamaños y las pequeñas son las más carnívoras. De lo que sí hay que tener cuidado en todos los ríos es del candirú”. Yo había visto y oído sobre ese diminuto pez en el Discovery Channel. Es famoso porque se mete por las partes íntimas si el bañista entra desnudo al agua. Fue suficiente. Mis ganas de nadar en el río Negro se esfumaron instantáneamente. Caminando por el centroAl día siguiente visité el centro de Manaos. Tiene una parte moderna y otra antigua. El centro, especialmente, tiene una apariencia como de haberse quedado suspendido en el tiempo. Esto se debe a las casas que levantaron los ‘barones del caucho’ alrededor de lo que hoy es la Plaza de San Sebastián, donde también se erigen la iglesia del mismo santo y el majestuoso Teatro Amazonas. Por casualidad me enteré que se desarrollaba la XII edición del Festival Anual de la Ópera, en medio de la selva más grande  del mundo. Pude apreciar la obra Ça Ira de Roger Waters, ex vocalista de Pink Floyd, con música interpretada por la Filarmónica Amazonas. Una delicia imperdible. GastronomíaLos manauenses son felices con sus peces. A sus mesas llegan verdaderos titanes como el pez de escama más grande del mundo, el prehistórico pirarucú, actualmente en veda, excepto en aguas más alejadas de Manaos. El filete asado de este animal es un manjar. Su carne se deshace en la boca y su sabor es muy agradable. Se lo acompaña con una variedad de ensaladas. Uno se puede dar cuenta de su tamaño –llega a medir más de cuatro metros de largo en estado salvaje– si lo visita en el acuario del Museo de Ciencias Naturales, regentado por una comunidad japonesa, en las afueras de la ciudad. Otro plato es la tradicional caldeirada de peixe. Si es ‘todoterreno’, en la Plaza de San Sebastián puede acercarse al Tacadá da Gisela, un quiosco donde se vende una especie de sopa de camarones saladitos, con picante, mucho limón y una hierba selvática que hace adormecer la lengua. En cuanto a postres, los lugareños sirven la piña con la pulpa en trozos, encima le agregan hielo granizado y le riegan una dulce miel como de flores. Muy refrescante. La cerveza también es otra de las bebidas favoritas y Brasil tiene unas de excelente calidad. A mi regreso a Guayaquil me enteré de que ha avanzado el proyecto del eje Manta-Manaos. Así se amplía la posibilidad de llegar más rápido a la exótica selva amazónica brasileña, pero ojo, Manaos es una ciudad de contrastes. Un idílico rincón para buscadores de aventuras, que no se aterrorizan al ver de cerca una tarántula o una boa si se adentran a la selva, destino número uno de la gran mayoría de turistas que van por allá.