Sucede que los bambúes son gramíneas, parientes del trigo y del maíz, y como estos, solo florecen una vez en la vida, tras lo cual mueren.
Sus flores, como las de sus familiares los cereales, son espigas poco vistosas, sin embargo, mientras las plantas de grano florecen cada año, las bambusoides lo hacen en periodos que oscilan entre los veinte y los ciento cincuenta años.
Así, cada siglo más o menos, por razones aún no descubiertas, todas las plantas de una especie en vastas regiones, y a veces en todo el mundo, producen flores y mueren. Esto significa una catástrofe económica y ambiental en regiones como en el estado indio de Mizoram, donde el bambú tiene gran importancia agrícola e industrial, con el agravante de que aparecen plagas de ratas que se alimentan de las abundantes semillas. Los osos panda, que se alimentan exclusivamente de bambú, podrían extinguirse en la próxima floración de su especie favorita. No es de extrañar que los chinos consideren estos años de mala suerte.
En el Ecuador, la floración de los setos no constituirá una catástrofe más allá del ámbito de la jardinería. Pero acogiéndonos al plano simbólico interrogamos: ¿ha sido este para el país un año de mala suerte? Los indicadores económicos no nos permiten ser optimistas y el ambiente de discordia social es evidente. Sin embargo, hay que considerar que la curiosa característica del bambú tiene una ventaja: toda la especie se renueva en cada ciclo y en el año siguiente es toda joven.
El duro periodo que estamos viviendo será como una floración de bambú, tras la cual todas las plantas viejas habrán muerto y dentro de un tiempo el país habrá renacido. Ahora, no vayan a creer que consideramos que la Asamblea, la nueva Constitución y, mucho menos, el “socialismo del siglo XXI” serán el agua lustral que renovará milagrosamente al Ecuador. Pero son parte inconsciente y, se podría decir, inconsistente de un proceso inevitable: el Ecuador del siglo XX se acabó y sus despojos se lo comen las ratas.
En esta hora, jardineros responsables en el sector de la oposición democrática deben pensar en resembrar el jardín de la república con ideas y cerebros nuevos que tardarán, por cierto, algunos años en crecer y en hacer setos. Hay que sepultar y olvidar a los dueños del país, a los dictócratas y a los millonarios empecinados. Es de desear que se extingan en esta floración. Hay buenas semillas, séanos dado dentro de, digamos, un lustro ver florecer la democracia con un hermoso verde bambú y no con esos tonos de vela verde que ahora predominan.