Estos jóvenes aplican un original método para expresar su descontento y así “educar” a los ricos: entran a sus mansiones, ponen todo patas arriba –el equipo de música dentro del refrigerador, el sofá en la piscina, etcétera– y dejan una nota para cuando regresen los dueños de casa que dice: “Sus días de abundancia están contados.” Los Edukadores no roban nada. Solo se aseguran de que las familias ricas vivan intranquilas sabiendo que alguien las está viendo y juzgando.
Es fácil simpatizar con estos personajes. Sus acciones se inspiran en un idealismo que busca un mundo con menos injusticias. El problema es que el enemigo en quienes enfocan su rabia es el equivocado: combaten la riqueza cuando deberían combatir la pobreza.
Muchos aprobarían el discurso de los Edukadores: los problemas del mundo son culpa del capitalismo, de las grandes corporaciones, de una minoría llena de lujos, etcétera. Es un discurso que suena revolucionario, pero que no conduce a soluciones. Transita una delgada línea entre la conciencia social y el resentimiento, donde el deseo de un mundo con menos pobreza se mezcla con un resentimiento hacia las personas con éxito económico. Es un discurso que se concentra más en atacar y ridiculizar al rico, que en ayudar y motivar al pobre a alcanzar éxito y bienestar económico. Que busca males en el sector privado y productivo antes que en las prácticas corruptas de entes públicos e improductivos.
Lo irónico es que para los personajes de la película que viven en la próspera Alemania de hoy, la pobreza del mundo es solo una idea, algo que conocen por internet. Vistos desde una perspectiva global, estos tres jóvenes de clase media que se quejan de la riqueza de otros, viven vidas de ricos en comparación a lo que se vive en países pobres. Tienen seguridad, salud, educación, comida en la mesa, transporte, apartamento con electricidad y agua caliente. Viven el bienestar económico y no sufren en carne propia la pobreza justamente porque son parte de una sociedad capitalista, libre, y con poca corrupción. No hay sociedad ni sistema perfecto, pero el que ellos viven –y critican– se acerca más a ello.
El idealismo juvenil, como el de los personajes de la película, es vital para una sociedad. Debemos cultivarlo y fomentarlo. La actitud de nuestro Presidente ha reflejado mucho de ese idealismo. Y eso es bueno. Lo importante es que lo canalice constructivamente.
Esas ganas por acabar con las injusticias y la pobreza que ha demostrado este Gobierno darán buenos resultados mientras fomenten en los ecuatorianos el deseo por el éxito y el bienestar económico, no lo contrario. Mientras el Gobierno haga del éxito económico un objetivo a seguir, no a tumbar. Y sobre todo, mientras brinde las facilidades y contagie en los ecuatorianos las ganas de trabajar duro para ser todos más prósperos, en lugar de motivarnos a esperar acostados en una hamaca que el Estado nos alimente en la mano.