Resulta en verdad pasmoso que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el equipo Bush nunca haya montado una campaña enfocada a convencer a los estadounidenses de que conserven la energía.
Luego de que el presidente Gerald Ford fue sepultado con todos los honores que merecía, llegó el momento de hablar de la mejor forma de rendir homenaje a su memoria. En lo personal, sugeriría la Ley Gerald Ford de Independencia Energética.
Muy poca gente se acuerda de que Gerald Ford fue “el primer mandatario de Estados Unidos que hizo uso de las palancas de la presidencia para tratar de romper nuestra adicción al petróleo”, destacó el economista del ramo de energía Philip Verleger. “Él estaba muy adelantado a su tiempo”.
Bien, pues ha llegado su momento una vez más y en qué forma.
Lo más significativo que el presidente George W. Bush podría hacer –por el legado del presidente Ford y el suyo propio– sería dedicar su próximo mensaje sobre el Estado de la Unión Americana a completar el plan de acción de la independencia energética que Ford comenzó hace 32 años, en vista del embargo petrolero de los árabes y el duro impacto sobre el ramo de energía, en 1973.
Según nos recuerda la página de la biblioteca presidencial de Ford en su sitio en internet, bajo el título Energía: “En las primeras etapas de su administración, el presidente Ford dijo que no se quedaría de brazos cruzados viendo cómo la nación enfrentaba una crisis energética sin hacer algo al respecto. Tampoco, aseguró, aceptaría iniciativas a medias que no lograsen cambiar la dirección que convirtió a Estados Unidos en un país tan vulnerable a intereses económicos del extranjero. El ahora difunto presidente propuso medidas firmes, aunque necesarias, diseñadas para que Estados Unidos alcance la independencia en el ramo de energía para 1985, así como para recuperar nuestra posición de liderazgo mundial en dicho ramo”.
En su informe sobre el Estado de la Unión en 1975, Ford expuso su visión: “Creo profundamente en las capacidades de Estados Unidos. Dentro de los 10 años siguientes, mi programa visualiza la creación 200 grandes plantas de energía nuclear; 250 nuevas minas de carbón, también de grandes dimensiones; 150 plantas de generación de electricidad de gran envergadura, alimentadas con carbón; 30 nuevas refinerías de petróleo; 20 grandes plantas nuevas dedicadas al combustible sintético; la perforación de muchos miles de nuevos pozos petroleros; el aislamiento (térmico) de 18 millones de hogares; así como la manufactura y venta de millones de nuevos automóviles, camiones y autobuses que consuman mucho menos combustible”.
Obviamente, el énfasis de Ford en el carbón y el petróleo nacional llegó en una época en la que la mayoría de la gente no estaba consciente del cambio climático. De cualquier forma, Ford no solamente hablaba de energía. Usó sus facultades presidenciales para imponer un impuesto de tres dólares por barril sobre el petróleo importado, para así reducir el consumo. Fue algo que provocó mucho revuelo, anotó Verleger, debido a que el costo promedio del crudo importado en esos días ascendía apenas a 10,76 dólares por barril.
Sí, leyeron bien. ¡Un presidente republicano impuso un arancel de importación sobre el petróleo para reducir su consumo! Así es, presidente Bush, ¡se puede hacer! ¡La república sobrevivió!
Gracias a la Ley de Política sobre Conservación Energética de 1975 y otras iniciativas, el legado de Ford incluye: la creación de la Reserva Estratégica de petróleo para su uso en emergencias; la eliminación gradual de controles internos sobre los precios del petróleo con miras a fomentar mayor exploración; importantes inversiones en investigación de energías alternativas; ayuda para los estados de la Unión Americana en lo concerniente al desarrollo de programas para la conservación de energía; y, lo más importante, la creación de las primeras normas sobre el rendimiento de combustible para automóviles estadounidenses.
Desde 1975, estas normas relacionadas con el rendimiento de los vehículos han registrado un ligero incremento apenas debido a que algunos tontos integrantes del Congreso por Michigan, que creían que estaban defendiendo a Detroit, obstruyeron los esfuerzos para levarlas.
Cada diez años, nos decimos a nosotros mismos: “Si tan solo hubiéramos tomado la decisión correcta hace una década”. Bien, el presidente Bush tiene la oportunidad, en su próximo discurso sobre el Estado de la Unión Americana, de hacer un llamado al pueblo para que rinda homenaje a Gerald Ford llevando a cabo su idea. Sin embargo, eso significaría pedirle a los estadounidenses que realicen algunos sacrificios, como aceptar un impuesto a la gasolina o carbón; persuadir a Detroit de que produzca automóviles más eficientes en el rendimiento de combustible, así como camiones y vehículos híbridos; fijar un requisito nacional para que las empresas de servicio público suministren el 20% de su electricidad a partir de energía renovable, como la eólica, solar, hidráulica o nuclear para el 2015; y finalmente, efectuar enormes inversiones en el tránsito masivo.
Resulta en verdad pasmoso que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el equipo Bush nunca haya montado una campaña enfocada a convencer a los estadounidenses de que conserven la energía.
“Ford se pronunció a favor de cero importaciones de petróleo para 1985”, aseguró Verleger. “Pero si en esa época importábamos 5 millones de barriles de crudo al día, en el 2006 las importaciones promediaron casi 14 millones de barriles al día. De haber logrado lo que el presidente Ford propuso, el precio del barril de petróleo rondaría los 20 dólares hoy, y no 60 dólares. Los casquetes polares quizás no se estarían derritiendo, el oso polar aún pudiera tener una oportunidad, y nuestros hijos tendrían un futuro”.
The New York Times News Service