En las imágenes aparecen unos chicos pepudos, fuertes, de pectorales anchos, con una estampa más cercana a modelos de pasarelas “in”, que a presidiarios habitantes de celdas malolientes. Con cada imagen junto con el mes aparece un mensaje en el que nos hablan con espíritu esperanzador acerca de sus vivencias en ese mal llamado Centro de Rehabilitación Social que es la Penitenciaría de Guayaquil.

Comienza enero recordando una frase estampada como un puñetazo en una arruinada pared que rezuma amargura y soledad: “En este lugar maldito en donde reina la tristeza, no se castiga el delito, sino la pobreza”.
Y una reflexión de ellos a rajatabla. “Al cruzar esta puerta nos preguntamos, cuántos de los que están detenidos merecen estar aquí”.
Y no es que pretendan disfrazarse de hombres buenos o malos, ángeles o demonios, inocentes o culpables; detrás de esas poses de chicos duros y malos se esconden seres humanos clamando por una segunda oportunidad;  intentando proyectarse con una mirada amable  y distinta procedente del mismo infierno, en la sociedad que los ha excomulgado.

Porque la Penitenciaría es un lugar sórdido y terrible en donde reinan el crimen y la impunidad, y el preso en lugar de la rehabilitación tan requerida aprende y se especializa en el crimen; un mundo de permanente zozobra en donde la lucha por la sobrevivencia es el infierno de todos los días; un lugar en donde al entrar no solo se pierden la libertad y los derechos ciudadanos, sino hasta la dignidad y el nombre; por eso sorprende y alegra la idea tan controvertida del calendario con los “doce meses junto al otro rostro de la cárcel”, buscando no solo los fondos necesarios para proyectos de rehabilitación social dentro de la campaña Todos podemos cambiar, sino el intento revulsivo de incitar, llamar la atención, focalizar los ojos de la sociedad en un lugar polémico, lleno de contradicciones y con problemas sociales enormes.

Hacer que se hable de la Penitenciaría en donde hay personas que desean cambiar y que contracorriente forjan programas de reinserción social, es un intento muy meritorio de rehabilitación que merece resaltarse y ayudarse.
Estos rostros callados, de enigmática, dura belleza, nos traen a la memoria el recuerdo de un espacio ingrato diseñado para 1.500 reos en donde se guardan hacinados más de 3.000; nos recuerdan que existe un lugar en donde junto a los más curtidos delincuentes hay cientos de detenidos pobres sin sentencia; nos dicen que aún en la cárcel se puede luchar por metas, sueños y proyectos solidarios. El calendario brota como una pequeña flor nacida en aguas fétidas y pantanosas.

En la página del chico del mes de agosto se lee: “La puerta de entrada a la Penitenciaría es probablemente el sitio más enigmático de este calvario. Tu vida cambia, tus amigos te abandonan, tu familia se avergüenza, y solo Dios sabe lo que te espera al cruzar esta puerta. Solo de ti depende si tu vida cambia para bien o para mal”.

En Navidad siempre hablamos de “amor, perdón y reconciliación”; ojalá que estas palabras reproducidas por miles en las tarjetas de siempre, no sean solo vocablos dichos porque sí, porque toca, por la bendita costumbre que corrompe la naturaleza de lo que invoca. Que actos, pequeños actos en que individuos marcados por sus acciones como los presidiarios intentan reivindicarse, merezcan la ayuda y la atención que ellos, con un calendario como anzuelo, reclaman.