La decisión de Israel de depender del impacto e intimidación en lugar de la  diplomacia o de un ataque por tierra, ha tenido el efecto opuesto al que se pretendía. Hezbolá ha adquirido un estatus heroico, mientras que Israel ha dañado su reputación.

Para los estadounidenses a los que les importa Israel, una de las pesadillas de la guerra en Líbano ha sido ver cómo Israel repitió los mismos errores que cometió Estados Unidos en Iraq. Es como si el espíritu desquiciado de Donald Rumsfeld se hubiera posesionado del primer ministro Ehud Olmert.

Sí, ya sé que hay grandes diferencias en los orígenes de ambas guerras. A diferencia de Estados Unidos en Iraq, es claro que Israel actuó en defensa propia.

Sin embargo, tanto Clausewitz (el teórico alemán de la guerra) como Sherman (uno de los jefes de las fuerzas del Norte en la guerra de secesión norteamericana) acertaron al decir que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y que se parece al infierno. Es un error terrible iniciar una operación militar a gran escala –sin importar su justificación moral–, a menos que se tengan razones poderosas para suponer que con eso mejorará la situación.

El argumento más convincente contra una invasión de Iraq no fue tanto la sospecha –que luego resultó cierta–, de que los motivos que expuso el Gobierno eran fraudulentos, sino que también era falsa la suposición de que emplear el poderío militar, sin importar de qué manera, intimidaría a muchos radicales islámicos, empujándolos a abandonar el terrorismo.

Como era de esperar, los resultados fueron desastrosos: el fiasco en Iraq ha demostrado los límites del poder estadounidense –sobre todo, frente a los chiitas radicales aliados de Irán, entre los que se incluye Hezbolá–, y ha debilitado la fuerza moral de Estados Unidos.

Lo que nunca esperé es que Israel –un país que ha tenido una lamentable experiencia de guerras e insurgencia– sería susceptible de fantasías parecidas. No obstante, eso es lo que parece estar sucediendo.

Israel tiene motivos para emprender una ofensiva a gran escala por tierra contra Hezbolá. Es posible que eso ocurra si Israel no puede encontrar otra manera de protegerse. Pero también hay razones para considerar una respuesta moderada, que incluya contraataques limitados, diplomacia y un esfuerzo para hacer que sean otros actores los que detengan a Hezbolá, sin descartar la ofensiva a gran escala, pero manteniéndola en segundo plano.

Sin embargo, el curso que escogió Israel –una campaña de bombardeos que no afectó seriamente a Hezbolá, pero en cambio destruyó la infraestructura libanesa y mató a muchos civiles– logró lo peor de cualquiera de las dos estrategias. Posiblemente algunos funcionarios del Gobierno israelí le hayan asegurado a la dirigencia política que una lluvia de bombas inteligentes aplastaría y/o intimidaría a Hezbolá. Habrá que despojar de su cargo a esos asesores.

La decisión de Israel de depender del impacto e intimidación en lugar de la  diplomacia o de un ataque por tierra, así como la decisión estadounidense de ordenar la salida de los inspectores de las Naciones Unidas e invadir Iraq sin soldados suficientes ni un plan para estabilizar el país, han teniendo el efecto opuesto al que se pretendía. Hezbolá ha adquirido un estatus heroico, mientras que Israel ha dañado su reputación como superpotencia regional y se ha convertido a sí mismo en el villano a los ojos del mundo.

Quejarse de que eso es injusto no hace ningún bien, al igual que la repetición de “que Saddam era malo” no contribuye en nada para mejorar la situación en Iraq. Lo que necesita Israel es una vía para salir del atolladero. Y, dado que al parecer no está preparado para invadir Líbano, eso significa que debió intentar desde el principio la moderación y la diplomacia. Ahora Israel negociará desde una posición mucho más débil de lo que parecía hace apenas tres semanas.

¿Y qué hay del papel de Estados Unidos, que debería ser el de contener la crisis? Nuestra respuesta ha sido tan desafortunada como maligna. Por el momento, la política estadounidense parece estar estancada. Se desvían los esfuerzos para negociar un cese al fuego tanto como sea posible, a fin de darle a Israel la oportunidad de cavar aún más profundo su agujero. Asimismo, no le dirigimos la palabra a Siria, que podría tener la llave para resolver la crisis, porque el presidente Bush no quiere hablar con personas malas.

Insisto en que Israel tiene el derecho de protegerse. Pero si es imposible evitar una guerra total con Hezbolá, que así sea. En todo caso, bombardear Líbano no ha hecho que Israel sea un lugar más seguro.

The New York Times News Service