La música es una expresión del alma y siempre ha sido un instrumento para protestar contra la opresión, la injusticia y la violencia contra los pueblos. Por ello, tomo en este artículo una expresión del consagrado rockero argentino Charly García para tratar de expresar lo que el foro guayaquileño siente en estos momentos.
La creciente e imparable violencia que los guayaquileños y ecuatorianos experimentamos cada día, en nuestras calles y avenidas, producto de la desigual distribución de riqueza, de la deficiente educación, de la pérdida de valores de la sociedad, cuya célula medular, el hogar, la familia, se encuentra en crisis desde hace décadas, ha cobrado una víctima insustituible: el doctor Pedro Alvear Icaza.
Digo insustituible porque, a su avanzada edad, era una de las mentes más claras y profundas en el estudio del derecho y con una avasalladora experiencia en ese mundo de lo abstracto. Mente al servicio de la ciudadanía en su diario trajinar como director jurídico del Registro de la Propiedad de Guayaquil.
Y como si su profundidad no fuese suficiente al servicio de todos, era un hombre amable, sencillo pero sobre todo honesto. Servía al amigo, al extraño, al joven, al viejo con paciencia y sin pedir un centavo a cambio. Parecería que este último comentario está de más, pero en esta torcida sociedad en que vivimos, parece mentira que la honestidad es un valor de excepción y merece ser resaltado.
Solamente los cigarrillos que permanentemente buscaba entre los bolsillos de sus tradicionales guayaberas y una taza de café, eran suficiente estímulo para que el letrado ponga sus luminosas neuronas a funcionar y a solucionar los más complejos dilemas jurídicos que el derecho registral le ponía en frente.
Tuve la suerte y el honor de litigar contra él, precisamente cuando comenzaba yo a transitar por el mundo del ejercicio profesional, hace casi quince años. Y debo confesar que, abrumado ante sus interminables alegatos matizados con múltiples citas de consagrados tratadistas contemporáneos y, sobre todo, de una claridad de conceptos inmejorable, me vi en la durísima tarea de profundizar como muy pocas veces lo he hecho en mi vida.
Guayaquil se dio el lujo de tener, en su Registro de la Propiedad a un señor, a un jurista, a un caballero. Solo un tipo como él, genio y figura, podía disfrutar, hipotecando sus intereses económicos, de una función pequeña para su dimensión, pero enorme en función social. Ahora su sillón es muy grande y difícil de llenar.
Su legado quedará en la retina, en el alma y en la pluma de quienes lo conocimos. Paz en su tumba.