El reconocimiento del Gobierno colombiano de que sus acciones militares ingresaron al espacio aéreo ecuatoriano de forma accidental en un operativo contra las FARC, ratifica lo que ya no es novedad, es decir que la frontera norte de nuestro país es una zona en la cual las necesidades y las estrategias de las partes en conflicto en la guerra colombiana superan con creces las precisiones de los límites territoriales.

En ese escenario, resulta totalmente procedente la protesta ecuatoriana, pues bajo ningún pretexto se puede justificar una incursión violatoria del espacio aéreo por más que se trate de un país con el que se han guardado tradicionalmente buenas relaciones. La nota “sincera y fraterna” que dice haber revisado el presidente Uribe y con la cual el Gobierno colombiano reconoce el ingreso accidental, equivale a decirnos de una forma amistosa que no sigamos molestando con el tema, pues resulta ciertamente dudoso que el ingreso de las naves haya sido accidental con la precisión que ahora tienen los aparatos de aeronavegación y aún más cuando fue la supuesta presencia de Samuel Reyes, uno de los jefes máximos de las FARC, la que propició el ingreso consciente de las aeronaves colombianas.

Debe señalarse, sin embargo, que la cumbia del amague no es una práctica reciente por parte de los autores de la guerra colombiana. Desde hace mucho tiempo las FARC han insistido que no traspasan los límites de la frontera cuando es por de más conocido que en el sector de  la provincia de Sucumbíos existe un área de retaguardia tolerante, en la cual la narcoguerrilla colombiana ha mantenido un curioso intercambio de bienes y servicios, todo esto ante la actitud paciente y conformista de quienes debieron actuar ante tal situación. Se ha argumentado que era virtualmente imposible ejercer un control de ese tipo y que más bien ha existido un “respeto” de las fuerzas irregulares colombianas hacia el suelo ecuatoriano.

Hay razones suficientes para comprender que el conflicto colombiano iba a desbordar las fronteras de ese país, sin necesidad de que Estados Unidos y la propia Colombia lo traten de regionalizar, tal como lo acaba de anunciar de forma ingenua el Congreso ecuatoriano. La magnitud del conflicto, la cercanía de la zona de combate a la frontera colombiana, los grandes intereses económicos que se mueven en torno a la producción de la droga, el desplazamiento de refugiados convierten a la lucha armada del vecino país en un producto clásico de exportación. Podemos seguir esgrimiendo, con la misma letra de la cumbia del amague, de que el Ecuador no debe involucrarse en el conflicto pero me temo que este es un caso típico en el que las grandes proclamas se ven desbordadas por los simples hechos.