El impresionante crecimiento económico de China en los últimos años la catapultó hasta convertirse en cuarta potencia económica mundial por delante de países como Francia, Gran Bretaña o Italia, pese a que su renta por habitante la sitúa en el puesto 107 del mundo.
"Superar a Gran Bretaña y alcanzar a Estados Unidos", el eslogan de Mao Zedong, padre de la revolución comunista china, le ha sobrevivido y está a punto de convertirse en una realidad.
China creció en 2005 un 9,9%. Y el primer censo de su economía realizado a principios del año pasado reveló que los datos oficiales habían escamoteado en 2004 un 16,8% del PIB.
Ello le ha permitido dar un salto espectacular en la tabla de potencias económicas, pasando de la séptima a la sexta posición en 2004, por delante de Italia, a la cuarta en 2005, por delante de Francia y Gran Bretaña, a falta de resultados definitivos.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas, el PIB chino fue de 18,23 billones de yuanes, 2,24 billones de dólares el año pasado.
Por delante sólo tiene a Estados Unidos, Japón y Alemania.
Pero si China es más rica en términos de producción, la asignatura social recibe un rotundo suspenso y afecta en particular a las zonas rurales, donde vive el 60% de su población --unos 800 millones de personas--, cuyos ingresos no superan un dólar al día.
Los últimos datos ponen de manifiesto que la zanja se amplía entre campo y ciudad. Mientras que los ingresos per cápita en zona urbana ascienden a unos 1.280,93 dólares, en el rural no llegan a los 397 dólares, tres veces menos.
El viceprimer ministro chino, Cheng Peiyan, responsable del plan económico, indicó el miércoles en la localidad suiza de Davos, donde asistió al Foro Económico Mundial, que el objetivo de su país de aquí a 2010 es duplicar el PIB por habitante por respeto al medio ambiente, otro gran perdedor del crecimiento desbocado de la economía de este tigre asiático.
Cheng reconoció que se necesitarán "décadas" para que los más desfavorecidos disfruten del crecimiento del país.
El modelo de crecimiento chino se ha basado sobre todo en la transformación masiva de productos naturales -que ha ocasionado una subida espectacular de las materias primas- y en la producción destinada a la exportación, aprovechando la indudable ventaja comparativa que ofrece su mano de obra barata y las lagunas en la legislación laboral.
Desde que se adhirió a la Organización Mundial de Comercio en 2001, China ha emergido como una fuerza económica mundial, exportando más tecnología industrial que Estados Unidos, creando un auge del mercado comercial y convirtiéndose en el tercer productor mundial de automóviles.
Su contribución al crecimiento del PIB mundial desde 2000 ha sido casi el doble que el de las otras tres grandes economías emergentes juntas: India, Brasil y Rusia.
La suma total de sus exportaciones e importaciones de bienes y servicios representa cerca del 75% del PIB, con un excedente comercial de 101.900 millones de dólares, 69.900 más que en 2004.
Sólo para tener una idea de lo que representa, en Japón, India y Brasil se eleva a entre un 25 y un 30%.
Cifras apabullantes que no ocultan el miedo que suscita este despertar del tigre asiático, que sigue siendo sin embargo muy tímido a la hora de revisar su política monetaria y revaluar su moneda, el yuan, objeto de críticas crecientes de sus socios comerciales.
Los dirigentes del país quieren teledirigir este modelo para dinamizar su demanda interna mediante reformas sociales, a fin de reducir su dependencia de las exportaciones y de las inversiones, según anunció en Davos el presidente del Banco Central chino, Zu Xiaochuan.