Con esta obra   la escritora  quiteña obtuvo el premio de literatura  Aurelio Espinosa Pólit 2005,  que  se convocó en el género   novela.

El libro Salvo el calvario,  de la escritora Lucrecia Maldonado, fue la novela galardonada con el premio Aurelio Espinosa Pólit de este año, en cerrada disputa con El demonio de Laplace, de Juan Timbanlombo.

Las dos, primeras novelas de sus autores, tienen en común proponer, en cierto sentido, nuevos estilos de novelar en el  Ecuador. Salvo el calvario se impuso, finalmente, y está publicada por Planeta, sello editorial que pone en circulación cada año los premios Espinosa Pólit.

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Mientras El demonio de Laplace es un texto ambicioso, que se rebasa a sí mismo, Salvo el calvario ahonda en una situación urbana que puede estar ocurriendo este momento. Y el lenguaje con el que está tratado el hecho es coloquial y directo. Tal vez este sea el mayor mérito de la novela de  Maldonado: haber encontrado el tono que le corresponde a la historia.

El demonio de Laplace está aún inédito, por lo cual  el comentario debe referirse por el momento a Salvo el calvario. Si bien el relato de Maldonado decurre en el lenguaje de todos los días, la estructura no es lineal. Hay una constante búsqueda de simultaneidad, de coincidencia entre lo que ocurre y cómo los distintos personajes miran en su interior ese ocurrir de los hechos. Una simultaneidad que recuerda ese juego de  dobleces que se practican en una hoja de papel, para que los sucesivos planos vayan simulando el cuerpo de un pájaro o de una figura humana. Un doblez se superpone a otro y así sucesivamente.

Lo mismo ocurre en Salvo el calvario, a partir de una sucesión de dobleces que intercalan el texto narrado en tercera persona con el relato en primera persona, cambios que se marcan con una variedad de tipografías.

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De ese modo, la novela no es contada por un autor sino que es construida por los propios personajes: Miguel, el joven poeta que conduce las situaciones; Susana, a la que Miguel apodará Susana la Catótica y Fernando, el doctor, “midoc” o también el “Cumpleañero de la Triste Figura”. Una especie de triángulo detrás del cual se ocultarán los sentimientos que, poco a poco, se revelan en los monólogos interiores, aquellos relatos en primera persona.

La cotidianidad afecta a los personajes en un doble sentido: ata sus vidas hasta volverlas entrañables; y lo que ocurra entre ellos quitará el velo a sus conflictos y debilidades personales. Y como una delgada niebla que invade las vidas de los personajes, está el Quito de este comienzo de siglo, con los lugares, las músicas, las lecturas, los hábitos, los lugares frecuentados por una generación que hablará por igual de César Vallejo, de la familia de los Simpson, de la música de Bach o del rock pesado.

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El paso de los días en nuestras ciudades andinas y densas suele tener tres derroteros: las relaciones van consumiéndose en su propio sopor, en su inmovilidad; un hecho inesperado desata las amarras y los cambios se precipitan; el sopor y la rutina vuelven a reinar pasado el desenlace fatal. Los tres derroteros marcan el ritmo de la obra de  Maldonado.

A los tres se confía el destino de la novela que es, a su vez, el destino de una urbe como Quito. La autora  construye la novela con un claro deseo de actuar en el espacio del lenguaje y de la trama con la mayor libertad posible, lo que coloca a la obra en el contexto de una novelística que bebió de la literatura experimental sin quedarse en ella.

Hay libertad en el uso de los giros del lenguaje. Hay libertad al momento de provocar un giro en la narración o introducir, si es necesario, un poema, una letra de canción, una referencia literaria.

Hay libertad en la construcción de textos que funden el derecho y el revés de la trama, lo que ocurre y cómo piensa lo que ocurre  uno de los personajes:

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“Y la voz de ella vuelve a romperse al repetir gracias, mil gracias, y por favor sigan pidiéndole a Dios por la salud de mijo. Y mi voz también se cuartea al confirmarle eso delo por firmado, Margarita. Y otra vez nos quedamos sin poder hablar hasta que vuelve su voz griposa a decir entre sorbidos perdóneme, Misú, ya tengo que cortar, ya llegaron las hijas y no quiero que me vean así. Y yo bueno, Margarita, sabe que no está sola en esto. Hasta luego y gracias otra vez por su llamada, Misú…”.

 Lucrecia Maldonado (Quito, 1962) se ha dedicado  a la literatura y la enseñanza. Tiene publicados cuatro libros de relatos: No es el amor quien muere (1994 y reimpresión en el  2005), Mi sombra te ha de hacer falta (1998), Todos los armarios (2002) y Como el silencio (2004). Además, prepara la publicación de su primer poemario, titulado Ganas de hablar.