Quizás nadie recuerde entonces que hubo una época en que los ecuatorianos estuvimos a punto de creernos que éramos un país de perdedores, por la irresponsabilidad de unos cuantos dirigentes políticos, sociales y empresariales, que gritan y gesticulan, pero nada positivo logran.

Todos se acordarán en cambio –de eso estamos seguros– de que cuando empezamos a cambiar y a convertirnos en una nación exitosa, en gran medida fue por el ejemplo de un grupo de muchachos que pateando una pelota nos demostraron que no es imposible trabajar en equipo, honestamente, hombro con hombro, y pensando antes que nada en la bandera amarillo, azul y rojo.

Lo que vimos ayer en la cancha no fue solo la segunda oportunidad que el Ecuador se clasifica para un mundial de fútbol. Eso solo sería suficiente para alegrarnos, entre otras razones porque se rompieron varios mitos deportivos. Pero ayer vimos, además, que sí se puede construir un país de gente orgullosa de su nacionalidad, siempre y cuando dejemos atrás los intereses particulares y pongamos toda nuestra voluntad en la decisión de alcanzar juntos la meta propuesta.