La historia parece confirmar que los halcones, no las palomas, son quienes más a menudo traen el olivo de la paz. Probablemente las palomas tienen la ventaja de ser quienes más fácilmente inician los procesos de paz, pero los halcones ganan cuando se trata de establecer un arreglo pacífico duradero.
¿Los halcones o las palomas? La empresa de la paz no es fácil. En 1993 el ex primer ministro de Israel, Isaac Rabin, dijo: “La paz no se hace con amigos, la paz se hace con enemigos”. Y hacer la paz con un enemigo no es sencillo. Ello conlleva muchos riesgos para los líderes y los gobiernos. Los gobiernos que buscan la paz deben hacer concesiones, ya sean territoriales, comerciales o financieras, a favor del enemigo. Deben confiar que dichas concesiones no servirán, en el corto plazo al menos, para fortalecer en la otra parte una actitud de beligerancia sino para integrarla en una relación de confianza mutua.
El salto hacia la paz se hace generalmente en una atmósfera de incertidumbre, desconfianza, cálculo, que afecta muchas veces la racionalidad y la oportunidad de las decisiones. Para complicar más las cosas, los líderes en una democracia están sujetos a presiones de los votantes y de la oposición. En naciones con prolongados conflictos internacionales, en buena medida, la conducción de la política exterior depende de las preferencias electorales. Líderes que se inclinan hacia la paz (“palomas”) pueden verse acorralados por la oposición que puede explotar el natural temor de los electores a confiar en el enemigo. Líderes con posiciones de dureza (“halcones”) pueden verse debilitados si la oposición explota el temor del electorado a un conflicto extremadamente largo.
El asunto viene a colación a raíz de la decisión de Ariel Sharón –un halcón a todas luces– de ordenar el retiro de los asentamientos judíos en la franja de Gaza como un primer paso hacia una solución pacífica y duradera al conflicto que mantiene Israel con el pueblo palestino. Esta decisión habría sido impensable años atrás y catastrófica en términos políticos si se le hubiese ocurrido adoptarla a Simón Peres, el líder del partido laborista, que en general es considerado como con un partido más de palomas que de halcones.
La historia parece confirmar que los halcones, no las palomas, son quienes más a menudo traen el olivo de la paz. Probablemente las palomas tienen la ventaja de ser quienes más fácilmente inician los procesos de paz, pero los halcones ganan cuando se trata de establecer un arreglo pacífico duradero con el enemigo. Nixon es un buen ejemplo. En 1968 fue reelecto sobre una plataforma de halcón frente a Vietnam. Pero fue él quien viajó a China años más tarde. Otro caso es el del ex primer ministro griego Georgios Papandreu y el sorpresivo abandono de su histórica posición de halcón para entrar en diálogos con Turquía. Churchill y Reagan son otros ejemplos. El presidente Clinton, un líder paloma, no obtuvo el apoyo suficiente, ni dentro de su partido, en su inicial apertura hacia Corea del Norte, algo que no le sucedió a su sucesor. ¿Podrá Sharón confirmar este patrón histórico?
El caso de Iraq puede ser diferente. En él Bush no enfrenta a un enemigo visible con quien negociar sino a una insurgencia sin rostro. Al menos hasta ahora.