En un volumen editado por la Corporación Orogenia de Quito, que ya está a la venta en las librerías del Ecuador, tres españoles analizan la obra poética de cinco ecuatorianos. La poesía del país secreto es el nombre de esta propuesta.

Cinco españoles, tres de ellos a horcajadas de la filología, la filosofía y la poesía, una filóloga a tiempo completo y un poeta que salía de un tratamiento de toxicomanía, se dieron cita en la catalana Tarragona, entre el 12 y el 16 de julio de 2004 para un hecho insólito: hablar de la poesía llegada de un país imaginario, secreto: el Ecuador.

Y escogieron para el efecto, cuatro poetas que ya la historia ha confirmado y uno que no tardará en confirmar: Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena, César Dávila Andrade e Iván Carvajal.

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Lo que allí dijeron, acaba de publicarse en un volumen entregado por la Corporación Orogenia de Quito. El libro lleva el mismo título que el coloquio de Tarragona: La poesía del país secreto.

Sebastiá Poy Alegret, filósofo y poeta, ante la “gigantesca alegoría acerca de la poesía”, la obra entera de Carrera Andrade, opta por detenerse en cinco de sus libros: Familia de la noche (1952-53) Hombre planetario (1957-59), El alba llama a la puerta”(1966), Misterios naturales (1972) y Vocación terrena”(1972). Poy se detiene con rigor en cada uno de los libros que constituyen, dice, “un trabajo arduo y riguroso para descubrir e interpretar el mundo”. ¿Y qué es el mundo para Carrera Andrade? “Las cosas y el hombre”.

La noche, el llamado a la puerta del viajero, el hombre que se mira planteario, acaban siendo para el filósofo español el modo como en Carrera Andrade confluyen destierro y evocación; vida, viaje y poesía que “conforman un triángulo cautivador desde cuyos vértices se divisa y se interpreta el mundo con el uso de la expresión metafórica y el pensamiento analógico. Aventurero, peregrino, exiliado.”

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De otros exilios
Ángeles Garola Recasens, filóloga, prefiere aproximarse a la poesía de Gonzalo Escudero como en un viaje iniciático hacia el país secreto, a  partir de una clave: el erotismo y “la fuerza encantatoria de la palabra poética”. Deseo y goce, dice esta autora.

Garola se ocupa de una breve biografía de Escudero, para subrayar los ciclos por los que pasa el poeta, desde las experiencias vanguardistas hasta su propia identidad. “Este ejercicio poético a lo largo de más de medio siglo –escribe Ángeles Garola– va recorriendo una serie de ciclos que aproximan modernidad y tradición, imbricándose la libertad de la imaginación visionaria contemporánea y la cuidadosa construcción versal y estrófica clásica”.

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Y los exilios continúan, como si la poesía de este país secreto fuera íntegramente obra creada desde la distancia.

Iván Díaz Sancho se propone una prolongada reflexión sobre la poesía, a propósito de Alfredo Gangotena. Y encuentra en este autor, que fuera ignorado en su propio país, el testimonio de que “escribir poesía es exiliarse… El propio caminar deviene verso, forma y expresión del vago errarte por tierras impalpables –impisables– en donde todo lo dominan las imágenes”.

Díaz Sancho, a partir de la idea de la erranza, va reconociendo en los sucesivos textos de Gangotena el modo como el poeta “avanza a ciegas en la oscuridad”, sin nada más que la escritura para descubrir alguna luz, aquella luz, “perenne luz” que este autor encuentra en el último poema de Gangotena, poco antes de su muerte.

Dávila y Carvajal
Y esta recopilación de ensayos sobre los poetas de un país secreto, llega al más trágico de ellos: César Dávila Andrade. El ensayo corresponde a otro poeta desgarrado también, Juan Carlos Elijas, que nos relata su encuentro a través de la poesía, con un “extraño tipo ecuatoriano”. Y Dávila, llamado El Fakir, se convierte lentamente para Elijas en “un líquido intravenoso que me ocupaba todas las horas del día”. Hasta su encuentro con el Boletín y elegía de las mitas”:

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“Me levanté con el sol y entré en trance como nunca me había ocurrido. Pasé todo un día temblando entre los nombres y los versos. Me sentí elevado, como el médium que escribió el poema (…) Me invadió un irrefrenable prurito de viajar a Ecuador: Quito, Cuenca. Y de allí a las catedrales. Y de las mismas a Mérida. Después a Caracas, a un hotel un dos de mayo. La ruta de El Fakir, podría decirse, con los ojos de un español”.

Y en ese encuentro, Elijas acabará descifrando otro encuentro, el de César Dávila y César Vallejo.

Finalmente, el libro recoge el ensayo del poeta Juan González Soto, promotor del encuentro de Tarragona, sobre la obra de Iván Carvajal.

González se detiene en cada uno de los nueve libros de Carvajal, para una lectura pormenorizada desde la propia concepción que este expresa de la poesía. Una poesía que, para el español, “está habitada por la voz de la abigarrada espesura conceptual e inquisitiva y también por los denodados empeños de quien se sabe siempre habitante de la desolación y la intemperie”. Una poesía que, dice Juan González a propósito de Los amantes de Sumpa” está escrita “desde la sabiduría del gran lector de versos, desde la sabiduría que le otorga ser un gran conocedor de la tradición poética”.