El melodrama es un género vigente desde hace siglos. Lo que hizo Venevisión o Televisa (y ahora multitud más de productoras colombianas, chilenas, argentinas, estadounidenses) es adaptarlo a la televisión, industrializarlo y hacerlo económicamente rentable. Eso de por sí no es reprochable. Aunque dentro de esa lógica, se ha llegado al punto en que la cadena de montaje produce teleseries en serie, idénticas, solo con pequeñas variantes de personajes o situaciones. Actualmente, en las pantallas de las ecuatorianas hay demasiadas muestras de ello: La clásica muchacha humilde e ingenua que es rescatada de su ceniciento hado por un príncipe azul, luego –eso sí- de sortear los obstáculos que imponen los villanos.

El guión se repite infinitamente, cíclicamente, durante generaciones, hasta convertirse en parte de la genética o lo que es peor de la forma de concebir el mundo de mucha gente. Por ejemplo, de las reporteras de farándula, quienes nos relataron el matrimonio de María Teresa Guerrero como el acto final del melodrama del año. Y en efecto, la historia calza perfecto con los estereotipos televisivos en boga: en lugar de una muchacha humilde, toda una estrella de pantalla. En el papel de príncipe azul, un apuesto galán anglosajón… Y con los nuevos personajes, se elabora la misma telenovela de siempre.

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El cisne es una estrella de TV
Hay otra variante del clásico melodrama, la del “patito feo”, que ha sido adoptada con éxito por la industria de producción de telenovelas. Primero fue ‘Betty’, luego la ‘Gorda bella’ y ahora ‘La mujer en el espejo’. Aunque se trate de lo mismo, la forma en que Ecuavisa promociona la teleserie marca una diferencia: los modelos de belleza son de ese canal o no son. Tanto las imágenes como la adaptación  (¿o debemos decir plagio?) de la salsa de Cuco Valoy, ofrecen un mensaje claro: la belleza es televisiva (Flor María Palomeque, María Teresa Guerrero, Paola Farías, etcétera.). A Juliana, La mujer en el espejo,  se la considera fea precisamente porque no se parece a los modelos que se quieren imponer desde la pantalla. Entonces, el tema es, ¿qué sucede con los miles o millones que no somos como los figurines de TV? Así se alimenta el negocio del bisturí estético.